14. Suponen, además, y más que nadie, que los seres inteligibles no son puros. Porque cuando formulan conjuros que dirigen a estos seres, y no solamente al alma, sino a los seres que están por encima de ella, ¿qué otra cosa hacen sino emplear palabras que les hechicen, les encanten y les convenzan de que deben obedecerles y seguirles? Esto supuesto que conozcamos el arte de encantar según lo ordenado a tal fin, de modo que podamos gritar, aspirar, silbar y emitir cualesquiera sonidos con los que hechicemos a los seres inteligibles. Si no quieren admitir esto, ¿cómo justificar que los seres incorpóreos les obedezcan? Ciertamente, con todas estas cosas que, a su juicio, parecen hacer más dignas sus razones, privan a éstas de seriedad sin que ellos mismos se den cuenta de ello.
Dicen asimismo que liberan a sus cuerpos de las enfermedades. Si lo hiciesen como los filósofos, con moderación y un régimen de vida ordenado, es posible que tuviesen razón. Pero he aquí que para ellos las enfermedades son seres demoníacos, pues se llenan de decir que son capaces de dominarlas con sus palabras. Naturalmente, con esto parecerán más dignos ante la multitud, que mira siempre con admiración las potencias mágicas; pero, sin embargo, no llegarán a convencer a los hombres de buen sentido que las enfermedades no tienen por causa el cansancio, la saciedad, la vacuidad, la corrupción y, en general, las transformaciones que se originan dentro y fuera de nosotros.
Los cuidados de las enfermedades nos aclaran todo esto. Porque una purga, la administración de un medicamento o una sangría atacan la enfermedad y la expulsan. La dieta es también un remedio para ella, pero no será porque el demonio esté hambriento o porque el medicamento administrado le haga corromperse; el demonio, en estos casos, unas veces sale con la enfermedad, otras, en cambio, permanece dentro del cuerpo. Si permanece, ¿cómo, no estando el cuerpo malo, sigue dentro de él? Y si sale, ¿cómo se va del cuerpo? ¿Qué mal ha podido sufrir el demonio? Dícese que era alimentado por la enfermedad, pero la enfermedad es algo muy distinto del demonio. Además, si penetra en el cuerpo no existiendo un él causa de enfermedad, ¿por qué no se está siempre malo? Y si penetra existiendo una causa, ¿qué tiene entonces que ver el demonio con la enfermedad? Porque la causa de que hablamos resulta suficiente para producir la fiebre. Es ridículo afirmar que, con la causa de la enfermedad, se presenta también inmediatamente un demonio que está dispuesto a acompañarla.
Pero se ve claro con qué fin y por qué causa es dicho todo esto; y no menos hemos recordado por ello lo que dicen de los demonios. En cuanto a lo demás, dejo que se reconozca considerando y observando su obra, puesto que la filosofía que nosotros perseguimos nos da a conocer, con todos los demás bienes, la sencillez de las costumbres y la pureza de los pensamientos. Esta filosofía persigue un fin respetable y en modo alguno presuntuoso; la confianza que inspira viene acompañada de la razón, de una gran seguridad y de la más alta circunspección. La doctrina de los otros se establece en total oposición con la nuestra y, a mi entender, convendría que no los nombrase más.