Enéada II, 9, 16 — Sobre a providência e sobre a beleza do universo sensível

16. No es, desde luego, un hombre bueno aquel que desprecia el mundo, a los dioses y todas las bellezas que se dan en él. Es el hombre malo el que desprecia a los dioses antes de nada; porque si no los despreciase de primera intención, y no fuese malo totalmente, lo sería precisamente por esto mismo. El honor que rinde este hombre a los dioses inteligibles no compaginaría con aquel desprecio del mundo; porque el que ama a alguien tiene que amar también a todos los que con él tienen relación; así, ama a los hijos, aquel que ama al padre, pues toda alma proviene del padre que está en lo alto.

Las almas de los astros son mucho más inteligentes y más buenas que las nuestras e, igualmente, guardan más relación con los seres inteligibles. ¿Cómo, por ejemplo, podría existir nuestro mundo, separado del mundo inteligible? ¿Cómo podrían concebirse los dioses en él? Pero de esto ya hemos tratado antes; digamos ahora que desprecian a los seres relacionados con los inteligibles por el hecho de que no los conocen más que de palabra. Pues, ¿cómo puede ser piadoso el que afirma que la providencia no llega a tocar este mundo, ni otra cosa cualquiera? ¿Cómo (pueden decir) que concuerdan consigo mismos? Porque afirman, ciertamente, que la providencia sólo actúa sobre ellos; pero, ¿cuándo ocurre eso, en el mundo inteligible o ahora que están aquí? Si ello tiene lugar en el mundo inteligible, ¿cómo han podido venir a este mundo? Y si se verifica aquí, ¿cómo siguen aún en este mundo? ¿Cómo no se encuentra aquí el mismo Dios? ¿Por dónde sabría de ellos y, por ejemplo, que están en este mundo? ¿Cómo llegaría a conocer que, en su permanencia aquí, todavía no le han olvidado ni se han vuelto sujetos de maldad? Si conoce a aquellos que no se han hecho malos, es claro que ha de conocer también a los que se han hecho, para poder distinguir unos de otros. (Dios), pues está presente en todas las cosas y se encontrará, por tanto, en nuestro mundo, en cualquier modo de ser que se le atribuya. De manera que el mundo tendrá participación en Dios.

Y si Dios estuviese ausente del mundo, es claro que también estaría ausente de vosotros y que nada podríais decir de El ni de los seres que vienen después de El. Ya admitamos que la providencia fluye del mundo inteligible hacia vosotros, ya demos por bueno lo que vosotros mismos queráis, el mundo contendrá algo que viene del mundo inteligible, algo que, realmente, ni ha sido abandonado, ni lo será jamás. La providencia cuida mucho más del todo que de las partes; el alma del todo participa mucho más en ella que las otras; lo prueba la existencia misma, una existencia que disfruta de la razón. ¿Quién de esos insensatos que se eleva demasiado alto muestra la ordenación y la prudencia del universo? Este acercamiento resulta ridículo y totalmente fuera de lugar; y el que no lo hace forzado por el razonamiento no puede ser estimado limpio de impiedad. Ya no es de persona razonable tratar de investigar sobre esto; se necesita realmente estar ciego, no poseer en absoluto sensación ni inteligencia y hallarse a distancia de la contemplación del mundo inteligible, ya que ni siquiera se mira a nuestro mundo. Porque, ¿podría concebirse un músico que, conociendo los acordes musicales percibidos por la inteligencia, no se sintiera conmovido escuchando los acordes sensibles? ¿Y existe acaso algún experto en la geometría y en la aritmética que, conociendo la simetría, la proporción y el orden, no desee verlos con los ojos del cuerpo? Si no se mira de la misma manera las figuras que nos presenta un cuadro y que vemos con nuestros propios ojos, al no reconocer la imagen en lo sensible de algo que es inteligible, ¡buena turbación nos asaltará cuando sobrevenga el recuerdo del mundo verdadero! De esta experiencia se origina el amor.

Porque hay quienes, viendo la belleza en un rostro, se sienten transportados al mundo inteligible, en tanto que otros, espíritus dominados por la pereza, no se sienten movidos por nada. Tienen bastante con admirar todas las bellezas del mundo sensible, toda su simetría, todo su buen orden y la apariencia visible de los astros, no obstante su alejamiento de nosotros. No se pararán a meditar, dominados por el temor religioso: “¿De dónde provendrá su belleza?”. Es claro que no han llegado a comprender, ni a ver, los seres del mundo inteligible.