Enéada II, 9, 17 — Sobre a beleza

17. El odio que sienten hacia esos seres y, sobre todo, a la naturaleza del cuerpo, ¿se deberá a que han oído que Platón reprochaba con frecuencia al cuerpo el ser un obstáculo para el alma, atribuyendo a todo cuerpo una naturaleza inferior? Sería preciso que quitasen al mundo, con el pensamiento, su propia corteza corpórea y que viesen entonces todo lo que queda de él: esto es, la esfera inteligible que encierra en sí la forma del mundo y esas almas que, sin contar con los cuerpos, le dan una magnitud proporcionada, fijando justamente su extensión conforme al modelo inteligible, de modo que lleguen a igualarse en magnitud el mundo producido y la potencia de su modelo; porque la magnitud del mundo inteligible descansa en la potencia, y la magnitud del mundo sensible en la extensión.

Y ya se trate de que quieran concebir esa esfera como móvil y dotada de un movimiento circular por la potencia de un dios que contiene su principio, su medio y su fin, o de que la piensen como inmóvil, porque la potencia divina no se ocupa de ella al perseguir otra cosa, en ambos casos tendrán un pensamiento adecuado del alma que dirige el universo. Si se coloca el cuerpo en un alma que no sufra y que dé a los otros seres lo que éstos puedan recibir de ella, porque no es justo atribuir la envidia a los dioses, podrá concebirse el mundo de modo justo siempre que se otorgue a su alma la potencia que necesite la naturaleza del cuerpo, que no es bella por sí misma, para llegar a participar en la belleza. Esta belleza es la que mueve las almas, que son divinas.

Supongamos que dijesen que esto no les conmueve y que ven con absoluta indiferencia un cuerpo feo y un cuerpo hermoso; es claro que verán también con la misma indiferencia las ocupaciones torpes y las ocupaciones honestas, así como la noble entrega a la ciencia y a la contemplación, sin prescindir de la de Dios. Porque tales bellezas provienen de la belleza primera. Si, pues, no existen aquéllas, tampoco existe la primera, ya que unas bellezas se siguen de las otras.

Cuando digan que desprecian las bellezas de este mundo, harían mejor en despreciar la de los jóvenes y mujeres, no dejándose llevar de su desenfreno. Pero conviene que se sepa esto: no se mostrarían tan arrogantes si realmente despreciasen la fealdad; ahora bien, lo que desprecian es lo que antes habían juzgado bello. Entonces, ¿en qué situación les dejamos? Porque hay que decir inmediatamente que la belleza de una parte no es la belleza del todo, ni la de cada ser la del conjunto del universo; se dan en los seres sensibles y en los seres compuestos de partes bellezas como las de los demonios, que nos hacen admirar a su creador y creer que provienen del mundo inteligible, pues por ellas afirmamos la extraordinaria belleza de ese mundo y no tenemos en cuenta para nada la de los seres de aquí. Vayamos, sin embargo, de estas bellezas a la belleza del mundo inteligible, y cesemos en nuestro menosprecio a las cosas de aquí abajo. Pues si poseen la belleza interior es porque lo interior concuerda con lo exterior; y si son feas interiormente, se mostrarán inferiores en su parte mejor. No es posible, sin embargo, que un ser verdaderamente hermoso en su parte externa tenga interiormente un alma fea, porque lo exterior no puede ser completamente hermoso si está dominado por lo interior. Los hombres que pasan por hermosos y que tienen un alma fea, necesariamente poseen una belleza exterior falsa. Y si se afirma que se ha visto a seres realmente hermosos pero con un alma fea, lo que yo creo es que de hecho no se los ha visto, sino que se ha tomado por seres hermosos a otros que no lo eran, o acaso su fealdad es algo extraño y no innato y siguen contando con una naturaleza profundamente hermosa. Muchos obstáculos se oponen en este mundo a la perfección de la naturaleza.

Vengamos a esta cuestión: si el universo es hermoso, ¿qué impedimento hay para que posea la belleza interior? Es claro que aquellos seres a quienes la naturaleza no concedió desde un principio el poder llegar a su fin, pueden no alcanzar su perfección y convertirse indudablemente en seres malos pero el universo, en cambio, no deberá considerarse como un niño en su exigua pequeñez al que se añadiesen sucesivamente las partes necesarias para componer su cuerpo. Por que, ¿de dónde podrían venir esas partes? ¿No posee él todas las cosas? No cabe pensar en una modelación sucesiva del alma; y, aunque se concediese esto a nuestros enemigos, no podría estimarse que el alma encierra algo malo.