Enéada II, 9, 18 — Sobre a fuga fora do corpo, sobre o sábio e sobre a contemplação

18. Tal vez se dirá que estas doctrinas nos alejan del cuerpo y nos hacen sentir odio hacia él, en tanto las nuestras retienen al alma a su lado. Este caso es semejante al de dos hombres que habitasen una hermosa casa: uno, dedicado a censurar la construcción y al arquitecto, pero sin dejar de permanecer en la casa; otro, despreocupado de la censura y afirmando que el arquitecto la ha construido con mucho arte. Este último espera, naturalmente, que llegue el tiempo de su marcha, en el que ya no tenga necesidad de la casa; el otro, en cambio, piensa que él es el más sabio y el mejor dispuesto para la marcha, porque sabe decir que las murallas han sido construidas con piedras sin vida y con maderos, a mucha distancia, por tanto, de las de la casa verdadera. Este hombre desconoce que no sobrelleva, como el otro, la realidad de sus propias necesidades, aunque no se disgusta con ellas y, antes bien, goza tranquilamente con la belleza de las piedras.

Si disponemos de un cuerpo conviene que permanezcamos en mansiones que han sido construidas por un alma buena y hermana de la nuestra, que tiene el poder de construir sin fatiga alguna. Esas gentes que designan con el nombre de hermanos a los hombres más viles, juzgan indigno dar este nombre al sol, a los astros del cielo y al alma del mundo; ¡tan ciega se muestra su lengua! Tal parentesco no parece apropiado para los malos, y en cuanto a los buenos no deberán ser un cuerpo, sino más bien un alma situada en un cuerpo, que pueda vivir en él de tal manera que se encuentre lo más cerca posible de la mansión del alma universal en el cuerpo del universo. Esto es, no conviene enfrentarse con los seres, ni tampoco someterse a las cosas externas que son gratas a nuestros sentidos, ni turbarse ante algo que nos resulte penoso. El alma del universo no puede ser alcanzada por nada; nadie, en verdad, llegará hasta ella. Nosotros, en este mundo, recibimos golpes que son rechazados por nuestra virtud; incluso los hacemos menores en virtud de nuestros grandes pensamientos. Pero, que estos mismos golpes no se originen por nuestra fuerza!

Cuanto más nos acerquemos al ser intocable, mejor imitaremos al alma del universo y a las almas de los astros; con la proximidad a estas almas, nos haremos también semejantes a ellas, contemplaremos lo mismo que ellas contemplan y estaremos preparados para todo esto por nuestra misma naturaleza y solicitud. Aunque para esas almas lo que ahora decimos ya es realmente posible desde el principio. Si dijesen que ellos son los únicos en poder contemplar, nada añadirían a su contemplación, como tampoco con pretender salir de sus cuerpos después de la muerte, pues las almas de los astros gobiernan eternamente el universo. Sin duda, son ignorantes, de lo que quiere decir “fuera del mundo” y desconocen a la vez cómo el alma del universo dirige a los seres sin vida.

Resulta, pues, lícito no tomar cuidado del propio cuerpo, hacerse puro, despreciar la muerte, saber de los seres superiores y tratar de buscarlos, sin que por ello envidiemos a los otros seres que también pueden buscarlos y los buscan, en efecto, eternamente, diciendo que no son capaces de hacerlo. Tampoco ha de ocurrimos lo mismo que a los que creen que los astros no se mueven, porque la sensación les dice que son inmóviles. Porque ni siquiera creerán alcanzar la naturaleza de los astros contemplándoles exteriormente, ya que en tal coyuntura las almas de éstos escapan a su vista.