Enéada II, 9, 6 — Contra a arrogância dos gnósticos em relação a Platão e aos antigos

6. ¿Y qué hemos de decir de las otras hipóstasis que ellos admiten, como las migraciones, las representaciones adecuadas y los cambios de opinión? Porque si consideran como cambios de opinión las afecciones del alma y como representaciones adecuadas lo que se da en el alma cuando ésta contempla las imágenes de los seres, pero no los seres mismos, es claro que se trata de vaciedades para otorgar algún sentido a su propia doctrina. Todas estas cosas son maquinaciones de quienes no llegan a comprender las antiguas concepciones helénicas; porque los griegos tenían ideas claras y hablaban sin orgullo alguno de la subida que, desde la caverna y poco a poco, lleva (al alma) a una contemplación cada vez más verdadera. En general, se ha tomado por ellos alguna cosa que recuerda a Platón, pero todo cuanto inventan, al objeto de proponer una original filosofía, les lleva a apartarse de la verdad. Pues son de ver en ellos los castigos, los ríos del Hades y las migraciones de un cuerpo a otro. Y, en relación con la pluralidad de inteligibles que postulan, el Ser, la Inteligencia y el Demiurgo, se diferencian realmente del alma, aunque pretenden tomarlos de lo que dice Platón en el Timeo: “Como la inteligencia ha visto las ideas que se dan en el animal en sí, el creador de este mundo ha pensado que el universo debiera contener otras tantas especies”. Pero, ciertamente, no alcanzaron a comprender a Platón; consideraron de una parte, una inteligencia en reposo, que reúne en sí misma todas las cosas; de otra, una inteligencia que las contempla, e incluso una tercera inteligencia que reflexiona — con frecuencia, en vez de ésta hablan de un alma creadora — , juzgando que Platón se refería con ella al demiurgo; en lo cual demuestran estar lejos de saber lo que es el demiurgo.

En general, se equivocan en el modo de concebir la creación y en muchas otras cosas, y llevan por el lado peor las doctrinas de Platón, corno si ellos mismos hubiesen comprendido la naturaleza inteligible, cosa que aparecería vedada tanto a Platón como a los demás hombres divinos. Al enumerar una gran cantidad de inteligibles, piensan que podrá creerse que acaban de descubrir al fin la más rigurosa de las verdades. Sin embargo, con esta misma cantidad de inteligibles hacen que la naturaleza inteligible se parezca a la naturaleza sensible e inferior; cuando lo que realmente conviene en el mundo inteligible es perseguir el menor número posible de seres. Todos ellos habrá que atribuirlos a la Inteligencia que se sitúa a continuación del Primero, para liberarse así del número; en ella se dan todos los seres, y ella es también la primera inteligencia, la esencia y todo lo que hay de hermoso luego de la primera naturaleza. En el tercer rango colocaremos al alma, cuidando de descubrir en sus pasiones y en su naturaleza las diferencias que las almas ofrecen. Es claro que no debemos ridiculizar a esos hombres divinos, sino recibir con benevolencia sus opiniones, como hombres antiguos que son. Habremos de aceptar entonces todo lo que ellos califican rectamente: la inmortalidad del alma, el mundo inteligible, el primer Dios, la necesidad que siente el alma de huir de su trato con el cuerpo, la separación de una y de otro, que consiste en liberarse de la generación para dirigirse a la esencia. Hacen bien, desde luego, cuando emplean un lenguaje tan claro como el de Platón. No implica, sin embargo, malevolencia contra los que están en desacuerdo el decirles que no necesitan ridiculizar e injuriar a los griegos para lograr que arraiguen sus afirmaciones en el espíritu de sus oyentes; pues muy al contrario, tendrán que mostrar la rectitud de éstas en relación con las formuladas por los antiguos, y las opiniones de estos hombres, acogidas con solicitud y disposición filosófica, serán entonces expuestas en parangón con las opiniones propias, incluso, como es justo, si están en contradicción con ellas. Habrán de mirar a la verdad y no tratar de aumentar su honra con la reprobación de unos hombres que ya desde la antigüedad han sido distinguidos, y considerados como superiores, por otros hombres que no son realmente despreciables. Porque las doctrinas formuladas por los antiguos sobre los seres inteligibles son muy superiores a las de éstos; se las reconocerá como doctrinas sabias por todos aquellos que no han sido víctimas del error, tan fácilmente extendido entre los hombres. De aquellos han tomado las más de las cosas todos los que han venido después, limitándose a adiciones nada convenientes, con las que quisieron contradecirles. Para ello introdujeron en la naturaleza inteligible generaciones y corrupciones de todas clases, llenando de reproches el universo sensible, censurando la relación del alma con el cuerpo y vituperando al ser que gobierna el universo. Llegan en este aspecto a identificar el demiurgo con el alma, atribuyéndole las mismas pasiones que se dan en las almas.

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