7. Se ha dicho de este mundo que no ha tenido comienzo ni tampoco tendrá fin; que existe y existirá siempre con la misma licitud que los seres inteligibles. En cuanto a la unión de nuestra alma con el cuerpo, se ha dicho también antes de ellos que esta unión no constituye lo mejor para el alma. Ahora bien, pasar de esta consideración a la consideración del universo, como si se tratase de la misma cosa, es igual que censurar totalmente una ciudad bien organizada partiendo de la condición de los alfareros o de la de los herreros. Pues conviene, claro está, aprehender las diferencias entre el alma del universo y la nuestra; aquélla no gobierna del mismo modo, ni se ve sujeta al cuerpo de igual manera. Sobre estas diferencias, y las mil ya nombradas en otro lugar, convendrá aguzar nuestra reflexión; porque nosotros estamos encadenados al cuerpo y esta ligadura es real, mientras en el alma universal es la propia naturaleza del cuerpo la que se halla encadenada, y el alma enlaza consigo todo lo que esta naturaleza abarca. Sin embargo, el alma misma del universo nunca llega a ser encadenada por aquellos cuerpos que ella encadena; porque priva sobre ellos. Por lo cual también sale indemne de su trato con éstos, en tanto nosotros no somos dueños de nuestros propios cuerpos. La parte de esa alma que mira hacia lo divino y superior permanece inalterada y no conoce ningún impedimento; la otra parte, que da la vida al cuerpo, nada recibe a cambio de él. Porque, en general, lo que sufre la acción de un objeto recibe necesariamente su carácter, sin que tenga que darle nada a cambio en el caso de que posea vida propia. Eso es lo que ocurre cuando se injerta una planta: la planta sufre la acción del injerto y éste se agosta al permitir que aquélla reciba su vida. Si se extingue el fuego que hay en ti, no por ello se extingue el fuego del universo; como tampoco influiría sobre el alma desligada del cuerpo la desaparición total del fuego; únicamente afectaría a la ordenación del cuerpo, hasta tal punto que, si el mundo pudiese existir con sólo los demás elementos, en nada preocuparía ya a esa alma.
Y es que no admite comparación la disposición propia del universo con la de un ser viviente individual. En aquel organismo hay un alma que, lo recorre y le exige permanecer en sí; en el otro, se produce una huida de sus partes que deberán ser llamadas al orden por una atadura de segundo rango. Nada de esto ocurrirá allí, pues las partes del organismo universal no tienen realmente a donde dirigirse. Ni es conveniente siquiera que el alma las contenga interiormente o que, empujándolas desde fuera, las haga lanzarse hacia dentro, sino que la naturaleza ha de permanecer donde el alma la quiso ya desde un principio. Si un cuerpo se mueve de conformidad con su naturaleza, hace sufrir a todos aquellos cuerpos que no pueden moverse de conformidad con su naturaleza; y estos mismos cuerpos son movidos ordenadamente como partes del universo que son. Algunos de ellos se ven destruidos si no pueden sobrellevar el orden del universo; cual si se tratase de una tortuga que fuese abandonada entre un gran coro que marcha con buena disposición. Es claro que la tortuga sería pisoteada, de no poder escapar al avance del coro; pues si pudiese ordenarse con él, no sufriría entonces el menor daño.