9. Si la riqueza, la pobreza y todas las desigualdades de este tipo son motivo de censura, es porque se desconoce ante todo que el hombre virtuoso no busca la igualdad en tales asuntos, ni piensa que las gentes ricas puedan tener alguna superioridad sobre los simples particulares, sino que da por bueno que los demás disfruten de tal inclinación. Este hombre comprende perfectamente que existan dos clases de vida, una la de los hombres virtuosos, y otra la de la mayoría de los hombres; la de los hombres virtuosos está dirigida a lo más alto, la de los hombres terrestres resulta ser de dos especies: una de ellas manifiesta su recuerdo de la virtud y participa de algún modo en el bien; otra, la de la masa despreciable, se muestra muy clara en el ejemplo de los artesanos, cuya vida se hace necesaria para los hombres virtuosos. Sí un hombre puede convertirse en homicida y otro, por su misma impotencia, puede llegar a ser vencido por los placeres, ¿qué de admirable encontraremos en estas faltas, que no han de atribuirse a la inteligencia sino a unas almas de lo más infantiles? Si se produce una lucha con vencedores y vencidos, ¿cómo no va a estar bien así? Si un hombre comete injusticia con vosotros, ¿qué perjuicio puede derivarse para la parte inmortal? Y si otro realiza un homicidio, ¿no es eso precisamente lo que queréis? He aquí que si acumuláis censuras, no deberíais permanecer necesariamente como ciudadanos de este mundo.
Si, por otra parte, se reconoce que hay aquí justicia y castigo, ¿cómo formular justos reproches a una ciudad que otorga a cada uno lo que merece? Es claro que aquí no se condena la virtud y, por otra parte, el vicio es despreciado convenientemente. No solamente contemplamos imágenes de los dioses, sino que ellos mismos mantienen vigilancia desde lo alto y, según se dice, serán fácilmente absueltos por los hombres; no en vano llevan todas las cosas en orden desde el principio al fin y dan a cada uno, en la alternativa de sus vidas, el destino que realmente le conviene, consecuencia lógica de sus vidas anteriores. El que esto desconoce formula juicios precipitados sobre las cosas y se muestra muy rudo en lo que atañe a los dioses.
Claro que resulta necesario llegar a convertirse en el mejor posible. Pero, ¿hemos de pensar que nos encontramos solos para alcanzar esta perfección? Con tal pensamiento nada de ello conseguiríamos; pues hay otros hombres que son perfectos, lo mismo que hay demonios entre, los buenos, e incluso más, dioses que habitan en este mundo y que contemplan el mundo inteligible; por encima de todos encontramos al jefe del universo, el alma verdaderamente feliz. Después de ésta, nuestro himno se dirigirá a los dioses inteligibles y, por encima de ellos, al que se aparece como el gran rey de los seres inteligibles, testimonio de su misma grandeza por la pluralidad de los dioses. Porque no reducir la divinidad a un solo dios y mostrarla, en cambio, multiplicada, como ella misma se manifiesta, esto es conocer el poder de Dios que, cuando permanece tal cual es, produce en verdad todos esos dioses que dependen de él, existen por él y provienen de él.
Este mundo sensible también existe por él y mira hacia él, e igualmente todos los dioses, cada uno de los cuales profetiza a los hombres y manifiesta cual un oráculo todo lo que es querido de aquellos. Resulta completamente natural, sin embargo, que no sean el mismo Dios; pero, si queréis despreciarlos y envaneceros de que no sois inferiores, os diré en primer lugar que, cuanto mas superior se es, mejor disposición se muestra hacia todas las cosas y hacia los hombres. Así, pues, conviene que nos mostremos mesurados, sin manifestar aspereza alguna ni elevamos más allá de lo que nuestra naturaleza nos permite; hemos de pensar que hay lugar para otros al lado de Dios y que no debemos encontrarnos solos con él, como si volásemos en sueños, privándonos de convertirnos en un dios en la medida que ello es posible al alma humana. Cosa realmente posible para ella en tanto la conduzca la inteligencia; porque el hecho de sobrepasar la inteligencia es ya alejarse de ella. Los hombres insensatos se dejan convencer en seguida, al escuchar palabras como éstas: “Serás superior a todos, no sólo a los hombres sino también a los dioses”. Muy grande es, pues, la presunción de los hombres, ya se trate de seres insignificantes, mesurados o de simples particulares, cuando oyen que se les dice: “Eres hijo de Dios, y los demás, a los que tú admirabas, no son hijos de Dios, ni siquiera los astros a los que honramos por tradición; tú solo, sin realizar esfuerzo alguno, Y eres incluso superior al cielo”. Los demás le alabarán a coro, cual si se tratase de un hombre que no sabiendo contar y encontrándose entre hombres como él oyese que tenía mil codos. ¿No creería este hombre, en efecto, que tiene mil codos? Si oyese que los demás tienen cinco codos, es claro que sólo se imaginaría el número mil como un número muy grande.
Si Dios provee todas estas cosas, ¿por qué iba a descuidar el conjunto del mundo en el cual os encontráis? Aduciréis que no dispone de tiempo libre para contemplarlo y que no le está permitido mirar hacia abajo; pero, ¿por qué al mirar hacia vosotros no mira fuera de sí y lo hace en cambio al mirar al mundo en que vosotros estáis? Parece evidente que si no mira fuera de sí para atender al cuidado del mundo, tampoco mirará por vosotros. ¿Es que los hombres no tienen necesidad de él? Pero el mundo sí que le necesita y conoce de este modo su propio orden; e igualmente, cuantos viven en él conocen para qué se encuentran en este mundo y en el mundo inteligible. También los hombres que son amados por Dios sobrellevan tranquilamente cuanto resulta de los movimientos del universo; consideran, en este sentido, no lo que es grato a cada uno, sino lo que conviene al conjunto del universo, honrando así a cada cual en razón de su mérito y buscando siempre lo que, en la medida de lo posible, buscan todos los seres — muchos son, desde luego, los seres que tienden a este fin, y de ellos se tornan felices quienes lo alcanzan, en tanto los demás tienen el destino que más les conviene — , sin concederse a sí mismos el poder que necesitan.
Declarar que se posee un bien, no significa que se le posea; muchos incluso, a sabiendas de que no lo poseen, dicen que lo poseen y se hacen a esa ilusión, como si ellos solos fuesen los únicos en poseerlo, cosa que no ocurre así.