Enéada III, 1, 5 — Refutação da opinião dos astrólogos

Cap. 5 e 6. A opinião dos astrólogos abole igualmente nossa autonomia.


5. Mas, tal vez no ocurran las cosas de esta manera; quizá lo gobiernen todo la traslación del cielo y el movimiento de los astros, de acuerdo con las posiciones que adopten entre sí a su paso por el zenit, a su salida, a su puesta y en los momentos de su conjunción. Según esto, pues, los adivinos realizan la predicción de lo que acontecerá en el universo y están en condiciones de decir cuál será la suerte y el pensamiento de cada uno. Se ve perfectamente cómo los animales y las plantas tienden a aumentar, a disminuir y a experimentar todo lo que acontece a los astros, y así unas regiones de la tierra difieren de otras en razón a su disposición respecto al universo y, sobre todo, al sol. Consecuencia de la naturaleza de estas regiones son, no sólo las plantas y los animales, sino también las formas que revisten los hombres, su tamaño, su color, sus deseos, sus ocupaciones y sus costumbres. Señor, pues, de todo, es el movimiento de traslación universal. Pero a esto habría que argüir en primer lugar que esta doctrina atribuye a los astros lo que realmente es propio de nosotros, como por ejemplo nuestras voluntades y nuestras pasiones, nuestros males y nuestros impulsos. Al no concedernos nada, nos abandona en el estado de piedras que experimentan el movimiento, pero no como hombres que obrasen por sí mismos y de acuerdo con su naturaleza. Debe dársenos, sin embargo, lo que es privativamente nuestro; hasta nosotros y a lo que es propio de nosotros habrán de llegar los efectos del universo, pero distingamos, con todo, las cosas que nosotros hacemos de las que sufrimos necesariamente, sin atribuirlas por entero a los astros. De las distintas regiones y de la peculiar diferencia de lo que nos rodea viene hasta nosotros una especie de calor o de enfriamiento en la mezcla, pero, asimismo, otras cosas vienen de nuestros progenitores. Somos, en la mayor parte de los casos, semejantes a nuestros padres por nuestra manera de ser y por las pasiones irracionales del alma. Y, a la vez, hombres que son semejantes por el país de origen, resultan ser diferentes por su carácter y por su espíritu, como si estas dos cosas proviniesen realmente de otro principio. Podríamos hablar aquí convenientemente de la oposición entre la constitución física de los cuerpos y la naturaleza misma de los deseos. Porque, si verdaderamente se predice los acontecimientos de acuerdo con la posición de cada uno de los astros, reconócese sin duda que son producidos por ellos, mas también podría decirse de igual modo que los pájaros y todos los demás seres de que se sirven los adivinos para sus predicciones son los autores reales de esas cosas que anuncian.

Sobre todo esto aún podrán hacerse reflexiones más justas. Según se dice, los acontecimientos que anticipan los adivinos, de acuerdo con la posición de los astros, cuando se produce un nacimiento, no sólo son anunciados por los astros sino incluso realizados por ellos. Ahora bien, cuando se habla de la nobleza de nacimiento de un niño, como nacido de padre y madre ilustres, ¿cómo atribuirla a los astros si existía ya en los padres antes de que se produjese la situación de los astros que sirve para predecirla? La suerte de los padres se fundamenta a veces en el nacimiento de los hijos, y según aquélla llega a predecirse la de los hijos que todavía no han nacido. Se anuncia también, en este sentido, por la muerte de un hermano la de otro y, a su vez, por la de una mujer la de su marido, o viceversa. ¿Podría explicarse cómo la posición de los astros iba a producir unos efectos que se dicen provenir de los padres? Porque es claro que si los padres, que son anteriores, constituyen las causas verdaderas, nada de esto habrá que atribuir a los astros. La semejanza en los caracteres respecto de los padres indica que la belleza y la fealdad son algo propio de la familia, pero nunca algo dependiente del movimiento de los astros. Es conforme a razón que en un mismo tiempo y a la vez nacen animales de todas clases y hombres; para todos ellos, de acuerdo con la misma disposición de los astros, deberían contar los mismos caracteres. ¿Cómo, pues, nacen hombres y, además, otros seres, con las (mismas) figuras de los astros?