Enéada III, 3, 3 — Não se deve culpar nem o produtor nem o produto

3-He aquí que si soy libre de elegir tal o cual cosa, mi elección concuerda con el orden universal; por lo cual tú no eres algo episódico en el universo y entras en la cuenta con tu verdadero ser. Pero, ¿de dónde viene que sea lo que soy? Hay sobre esto dos cuestiones que la razón trata de resolver: la una, si hemos de referir la causa del carácter de cada uno a ese ser productor, caso de que lo haya; y la otra, si hemos de referirnos a nosotros mismos como tal ser producido1. En general, no ha de acusarse a nadie de no haber dado la sensación a las plantas o de que los demás animales no dispongan de la razón, como la tienen los hombres. Porque, en este caso, también podríamos preguntarnos por qué los hombres no son como los dioses. No sería lógico, en efecto, que dejásemos de acusar a los seres mismos, o a su autor, y que, en cambio, al tratarse del hombre, nos quejásemos de que no sea mejor. Pues, si verdaderamente hubiese podido ser mejor, el bien que le falta o tendría que depender de él, y él mismo sería la causa de no habérselo dado, o, si así no fuese, habría de atribuirse a su autor, que hubiese podido concedérselo. Absurdo parece, sin embargo, pedir para el hombre algo más de lo que se le ha dado, y extender igualmente la petición para los demás animales y para las plantas. Porque no conviene preguntarse si un ser es inferior a otro, sino si tal como es, se basta a sí mismo; ya que en verdad, todos los seres no han de ser iguales.

Pero, ¿hemos de atribuir la desigualdad a la libre decisión del autor de todas las cosas? De ninguna manera, ya que está de acuerdo con la naturaleza el que todas las cosas sean como son. La razón del universo es consecuencia del alma universal, y esta alma lo es a su vez de la inteligencia; pero la inteligencia no es un solo ser, sino que comprende todos los seres y, por consiguiente, varios seres. Si se dan, pues, varios seres, no todos serán los mismos; unos, necesariamente, ocuparán el primer lugar, otros el segundo, y así de manera sucesiva según convenga a cada uno. Por otra parte, los seres vivos no cuentan solamente con almas, sino más bien con almas disminuidas que, en la procesión, han perdido sus rasgos característicos. La razón del ser vivo, aun siendo un alma, es en verdad un alma diferente a aquella de la que proviene; pues es claro que el conjunto de las razones va debilitándose a medida de su inclinación a la materia, y así lo que ellas producen se hace cada vez menos perfecto. Considérese realmente a cuánta distancia se encuentra ya este producto, el cual, sin embargo, es una cosa maravillosa. Ahora bien, del hecho de que sea imperfecto no se sigue que lo sea también su autor, pues éste es muy superior a todo lo producido por él. Demos, por tanto, de lado a las acusaciones formuladas y admirémonos sobre todo lo que él ofrece a lo que viene a continuación, así como de las huellas que él nos ha legado. Si, por otra parte, ha dado a los seres más de lo que éstos pueden tener, mucho mejor aún; de tal modo que la culpabilidad ha de recaer sobre las criaturas producidas, ya que su parte más importante es la que reciben de la providencia.


  1. Cf. Platón, Timeo, 42 c 97