Enéada III, 5, 4 — O Eros das almas individuais

4- ¿Diremos, pues, que toda alma tiene un Eros, convertido en sustancia y en hipóstasis? ¿Y por qué habrían de tener un Eros como hipóstasis el alma universal y el alma del mundo, y no en cambio las almas de cada uno de nosotros, ni las almas que se encuentran en las bestias? Este Eros es el demonio que, según se dice, nos acompaña a cada uno de nosotros; es, por tanto, el Eros de cada uno de nosotros. A este Eros atribuiremos nuestros deseos naturales, como si cada alma tomase para sí el Eros que naturalmente le corresponde y engendrase a su vez un Eros adecuado a sus méritos y a su esencia. El alma universal tendrá así un Eros universal, y cada una de las almas tendrá también el suyo. La relación que mantiene cada alma con el alma universal —de la que aquéllas no están separadas, pero en la que sí están contenidas como si todas las almas fuesen una sola— es la misma que mantiene cada Eros con el Eros universal. El Eros de cada uno esta unido al alma de cada uno como el gran Eros lo está al alma del universo, o el Eros del mundo al mundo entero en todas sus partes. He aquí, pues, un Eros uno y múltiple, que se aparece en cualquier parte del universo donde lo desea; y si ése es su gusto, adoptará unas u otras formas.

Hemos de pensar, por tanto, que hay muchas Afroditas en el universo. Son como demonios que surgen en el universo con sus Eros. Todas ellas, junto con sus propios Eros, dependen de una Afrodita universal, si en efecto el alma es madre de Eros —el alma, es decir, Afrodita—, y Eros es el acto del alma inclinada hacia el bien. Este Eros conduce cada alma a la naturaleza del bien, siendo el Eros del alma del cielo una especie de dios que la une para siempre al Bien, en tanto el Eros del alma mezclada a la materia no es más que un demonio.