Enéada III, 7, 11 — O tempo resulta da descida da alma

Cap 11: O tempo resulta da descida da alma
linhas 1-11: Introdução: é necessário examinar como o tempo apareceu em seguida da eternidade
linhas 12-27: A aparição do tempo resulta da descida da alma que abandonou a eternidade
linhas 27-35: Descendo, a alma produz o mundo que está também no tempo
linhas 35-45: Como a extensão temporal e a sucessão resultam desta descida
linhas 45-59: Em qual sentido o tempo é uma imagem da eternidade (Timeu 37d5)
linhas 59-62: A relação da alma e do tempo é análogo à relação da eternidade do ser


11. Habremos de remontar de nuevo a esa manera de ser que, según decíamos, era la propia de la eternidad, esto es, vida inmutable, dada toda ella a la vez y con carácter infinito, firme en su totalidad, en reposo en el Uno y dirigida al Uno1. Aquí no contaba el tiempo, o al menos no contaba para los seres inteligibles, lo cual no quiere decir que el tiempo sea engendrado después de ellos, sino que les es posterior por lógica y naturaleza. Como estos seres disfrutan de una tranquilidad absoluta, hemos de preguntarnos de qué caída surgió el tiempo, ya que no se puede apelar a las Musas, que por entonces no existían (tal vez podría hacerse, si ellas existiesen en ese momento)2. Convendrá preguntar al tiempo mismo cómo ha nacido y se ha hecho manifiesto. Sin duda, podría decirnos de sí mismo que antes de haber engendrado la anterioridad y de haber enlazado a ella la posterioridad, descansaba verdaderamente en el ser y no era aún el tiempo, por esa su completa inmovilidad en aquél. No obstante, su naturaleza amiga de innovaciones, que quería ser dueña de sí misma y estar en sí misma, prefirió buscar algo mejor que su estado presente, poniéndose entonces en movimiento y, asimismo, como es lógico, el tiempo. Ambos se dirigieron hacia algo no idéntico y siempre renovado, hacia algo diferente de lo anterior. Luego de haber caminado un cierto trecho, dieron en hacer el tiempo, que es una imagen de la eternidad. Porque había en el alma una potencia carente de tranquilidad, que deseaba transferir a otra parte los objetos que veía en el mundo inteligible, aunque el alma, sin embargo, no quisiese que todo el ser inteligible se le presentase reunido. Pues, al igual que la razón que sale de un germen inmóvil dirige sus pasos, según parece, hacia la pluralidad, lo que hace manifiesto con su propia división y, en vez de conservar su unidad en sí misma, la consume exteriormente y debilita con ello sus fuerzas, así también el alma hizo el mundo sensible tomando la imagen del mundo inteligible, pero lo hizo móvil y no con el movimiento de aquél, sino con un movimiento que se le semeja y que quiere ser su imagen. En primer lugar, el alma se hizo temporal y produjo el tiempo en lugar de la eternidad; luego, dejó sometido al tiempo todo lo que ella había engendrado, incluyéndolo en el tiempo y encerrando ahí su propio desenvolvimiento. Porque es claro que como el mundo se mueve en el alma — no hay para él, ciertamente, otro lugar que el alma3 — tiene que moverse también en el tiempo que se da en ella. Los actos del alma se han producido sucesivamente, y a uno ha sucedido otro, o, mejor dicho, con un nuevo acto el alma engendró el siguiente; pero, a la vez que a un pensamiento sucedía otro, se hacía realidad algo que antes no existía, porque ni su pensamiento puede considerarse en acto, ni su vida de ahora puede hacerse semejante a la de antes. Pero, precisamente, por tratarse de una vida diferente contará también con un tiempo diferente. He aquí, pues, que la vida del alma, al dividirse, ocupa tiempo, y en su avance va ocupando a cada momento un tiempo nuevo, de tal modo que su vida pasada pertenece asimismo al tiempo pasado.

¿Diría, por tanto, algo con sentido el que afírmase que el tiempo es la vida del alma, en un movimiento de tránsito de una vida a otra? Porque la eternidad es una vida en reposo y en lo mismo, que permanece siempre idéntica e infinita. Si el tiempo ha de ser su imagen, debe corresponder a la eternidad como el universo se corresponde con el mundo inteligible, y así, en lugar de una vida inteligible, deberá contar con otra vida por homonimía perteneciente a la potencia del alma; e, igualmente, en lugar del movimiento de la inteligencia, con el movimiento de una parte del alma, y en lugar de la identidad, de la uniformidad y de la permanencia, con el cambio y la actividad siempre distinta. También en lugar de la indivisibilidad y de la unidad, contendrá una imagen de la unidad y del uno que se halla en lo continuo, y en lugar de una infinitud total dispondrá de un progreso no detenido hacia el infinito; asimismo, en lugar de un todo compacto tendrá ante si un todo distribuido en partes y que siempre estará por venir. Porque el universo sensible imitará este todo compacto e infinito del mundo inteligible, si quiere conseguir algo en el ser. Su ser mismo no será otra cosa que la imagen del ser inteligible4.

Pero conviene que no tomemos el tiempo fuera del alma, al igual que no tomamos 3’a eternidad fuera del ser; porque el tiempo no acompaña al alma, ni tampoco es posterior a ella, sino que se manifiesta y está en ella y unido a ella, lo mismo que la eternidad al ser inteligible.


  1. Cf. Parménides fr. B 8 4-6. 

  2. La invocación a las Musas parece un lugar común, recogido de la costumbre homérica. Platón hace decir a Sócrates en La República, 545 d, dirigiéndose a Glaucón: ”¿Prefieres que, como Homero, invoquemos a las Musas para que nos digan ‘de qué modo surgió la primera discordia’ y las hagamos hablar en tono trágico, e incluso ponderadamente, cuando lo que hacen es jugar y burlarse de nosotros, como si fuésemos niños?” 

  3. Cf. Platón Timeo, 36 d-e. 

  4. Para la consideración del tiempo como imagen móvil de la eternidad, cf. el Timeo, 37 e.