Enéada III, 7, 12 — A temporalidade do mundo sensível

Cap 12, 1-15: Se a alma não tivesse deixado o mundo inteligível, não haveria tempo
Cap 12, 15-22: A temporalidade do mundo sensível decorre da descida da alma, cujo ato é o tempo
Cap 12, 22 a cap 13, 9: Interpretação do Timeu 38b-39d, de acordo com o que precede: o movimento do céu não é o tempo mas somente uma medida do tempo, que o torna visível


12. Debemos pensar la naturaleza del tiempo como un avance progresivo de la vida del alma según cambios uniformes y semejantes entre sí. Este avance tiene lugar silenciosamente, por la misma continuidad de la acción del alma. Pero hagamos de nuevo, mentalmente, que la potencia del alma remonte a lo inteligible y detengamos por un momento esa vida que no puede cesar ni concluir, siendo como es, no un acto del alma que se dirige hacia ella o está en ella, sino más bien algo que se da en la producción y en la generación. Si damos por supuesto que no actúa y que ese mismo acto se detiene; si suponemos también que aquella parte del alma vuelve a lo inteligible, a la eternidad y a la permanencia inmóvil, ¿qué habría entonces después de la eternidad? ¿Cómo explicar que las cosas sean distintas sí todas ellas permanecen en la unidad? ¿Por qué, pues, la anterioridad y, con mayor motivo, la posterioridad? ¿A qué otra cosa se lanzaría el alma sino a lo inteligible en lo que ya está? Mejor aún: ni aquí podría dirigirse, porqiie para ello tendría que alejarse de lo inteligible. Ni siquiera la esfera celeste tendría razón de existir, porque no podría hacerlo antes del tiempo en el cual ella es y, además, se mueve. Y, aunque dijésemos que se detenía, su reposo sólo podría ser medido con la actuación del alma y en tanto ésta permaneciese fuera de la eternidad.

Como el tiempo queda destruido cuando el alma se dirige a. lo inteligible, es claro que tiene su principio en el’ movimiento del alma hacia las cosas sensibles y en la vida que entonces comienza. Dice por ello (Platón) que “el tiempo nació con este universo”1, porque el alma lo engendró juntamente con el universo. El universo fue producido, pues, en un acto que identificamos con el tiempo; es el tiempo y se da en el tiempo. Y si se arguye que, para (Platón), los movimientos de los astros son tiempos, recuérdese también que para él los astros fueron engendrados para dar razón del tiempo, esto es, “para hacer posible su división y evidente su medida”2. Como no se puede delimitar el tiempo con -el alma, ni medir por sí misma cada una de sus partes, ya que el tiempo es invisible e inaprensible y no existe todavía posibilidad de contar, el ‘almaproduce la noche y el día”3; tomando como base esta diferenciación surge entonces la idea del dos, y por ella, añade también (Platón), se origina la noción del número4. Hay un intervalo entre la salida y la puesta del sol con el que corresponde un intervalo igual de tiempo, porque el movimiento del sol, en el que nosotros nos apoyamos, es un movimiento uniforme del que nos servimos para medir el tiempo. Y si medimos el tiempo, es claro que éste no es medida, pues, ¿cómo podría medir? ¿Cómo podría decir, por ejemplo, tal intervalo es tan grande como yo? Sin embargo, según él se realiza la medida, y él mismo existe para medir aun no siendo una medida. El movimiento del universo se mide en relación al tiempo, pero el tiempo no es una medida del movimiento, sino, fundamentalmente, otra cosa, haciendo sólo manifiesta, por accidente, la cantidad del movimiento. Si tomamos un movimiento único, en un determinado tiempo y contamos repetidamente este movimiento, llegaremos a alcanzar la noción del tiempo transcurrido desde el punto inicial del movimiento; de modo que no estaría fuera de lugar el decir que el movimiento y la revolución del sol miden la dimensión del tiempo, porque ésta, con su propia cantidad, nos da a conocer la cantidad de tiempo transcurrido, la cual no se puede aprehender ni darse de otra manera. El tiempo resulta, pues, medido; esto es, queda manifiesto por la revolución del sol, pero no es engendrado por esta revolución sino sólo conocido por ella. Así, la medida del movimiento viene a ser el intervalo medido por un movimiento determinado. Y es medido por el movimiento pero no constituye el movimiento. Porque en tanto mide otra cosa no es ya lo que era en el momento de ser medido, debiendo considerarlo medido por accidente. Hablar de este modo es como si, tratando de definir la magnitud, se dijese que es el espacio medido por un codo, sin llegar a decir lo que ella misma es. O como sí, no pudiendo demostrar lo que es el movimiento en sí mismo por su carácter de ilimitado, se afirmase que es medido por el espacio recorrido; porque al tomar el espacio recorrido por el movimiento, diríamos también que la cantidad del movimiento es igual a ese espacio.


  1. Cf. Platón, Timeo, 38 b. 

  2. Cf. Platón, Timeo, 38 c. 

  3. Continuación de la cita anterior. 

  4. Cf. Aristóteles, Física, Δ 12, 220 b, 13-14.