Enéada III, 7, 13 — O movimento do céu não é o tempo

Cap 12, 22 a cap 13, 9: Interpretação do Timeu 38b-39d, de acordo com o que precede: o movimento do céu não é o tempo mas somente uma medida do tempo, que o torna visível
Cap 13, 9-18: Retorno crítico à definição aristotélica do tempo: ela confunde a essência do tempo e um acidente daquele
Cap 13, 18-30: Em que sentido o tempo nasceu ao mesmo tempo que o mundo (Timeu 37d7)
Cap 13, 30-66: O movimento e a temporalidade da alma são anteriores ao movimento e à temporalidade das coisas sensíveis
Cap 13, 66-69: O tempo existe nas almas individuais assim como na alma do mundo


13. La revolución del sol nos da a conocer el tiempo, porque realmente tiene lugar en él. Pero conviene, sin embargo, que el tiempo no tenga dónde existir, sino que sea por sí mismo lo que es y que en él, de manera uniforme y regular, se produzcan los movimientos y el reposo de las demás cosas. He aquí que el tiempo se nos da a conocer y se nos muestra por ciertos movimientos y estados de reposo, pero, sobre todo, gracias al movimiento. Porque el movimiento nos lleva, más fácilmente aún que el reposo, a pasar al tiempo y, de resultas de ello, a su conocimiento. Es más fácil, sin duda, conocer la duración de lo que se mueve que la duración de lo que está en reposo. De ahí que algunos1 se sientan inclinados a decir que era la medida del movimiento en vez de afirmar que era lo medido por el movimiento, pero sin reconocer su carácter de algo accidental, cosas ambas de sentido inverso. Quizá aquellos hombres no las juzgasen así, pero nosotros no lo comprendemos de ese modo y cuando ellos afirman claramente que la medida se encuentra en lo que es medido, no alcanzamos a ver sus razones. Sin duda, la causa de que no les comprendamos estriba en el hecho de que no nos muestran lo que es, y si es lo que mide o bien lo que es medido, escribiendo para gentes que ya les conocen y han sido sus discípulos. Platón, sin embargo, dice que el tiempo no es, esencialmente, ni lo que mide ni lo que es medido, y que, para darlo a conocer, la revolución celeste tiene un mínimo, que se corresponde con la parte más pequeña del tiempo; de ahí que pueda llegar a conocerse la cantidad de tiempo transcurrido2. Por lo demás, cuando quiere probamos lo que es la esencia del tiempo, dice que nació a la vez que el cielo, ajustado al modelo de la eternidad, del que es una imagen móvil3. Lo cual viene a significar que el tiempo no permanece, porque tampoco permanece la vida del alma a la que sigue y acompaña. Y si afirma que el tiempo nació a la vez que el cielo es porque esa vida produce el cielo y, asimismo, produce el tiempo. Caso de que esa vida pudiese tomar a la unidad, el tiempo que se da en ella se detendría juntamente con el cielo, que realmente no la posee. Podría aducirse, considerando la anterioridad y la posterioridad de la vida y el movimiento del cielo, que esto es precisamente el tiempo. Bien absurdo resultaría que se le negase un movimiento más real, que encerrase la anterioridad y la posterioridad, o que se atribuyese a un movimiento inanimado la anterioridad y la posterioridad y, según esto, el tiempo, en tanto no se le concede a ese movimiento, a imagen del cual existe, el movimiento inanimado y del que, en definitiva, provienen inicialmente la anterioridad y la posterioridad. Ese movimiento se produce por sí mismo y produce sus actos de manera sucesiva. Al obrar así engendra también el paso de uno a otro. Elevamos este movimiento del universo basta la envoltura del alma y decimos que se da en el tiempo; pero entonces, ¿por qué no decimos asimismo que el movimiento del alma, que se desarrolla ininterrumpidamente en ella, se da igualmente en el tiempo? Indudablemente, porque antes del alma sólo cabe situar 3a eternidad, que no sigue el curso de la vida ni se desarrolla con ella. El alma, pues, es lo primero que va al tiempo; ei’la misma lo engendra y lo posee con sus actos. Pero, ¿cómo nos encontramos con el tiempo en todas partes? Porque el alma no se halla ausente de ninguna parte .del mundo, al igual que nuestra alma tampoco está alejada de ninguna parte de nosotros. Si se dice que el tiempo no dispone de sustancia ni de existencia, parece como si alarmáramos que Dios mismo se equivoca cuando dice que tal ser era y será; porque será y era en la medida en que exista aquello en lo que se dice que será. Hemos de dar, pues, otro giro a la cuestión, para contestar a todo-esto.

Conviene que, además de los puntos tratados, toquemos también el siguiente: cuando aprehendemos lo que un hombre se ha movido aprehendemos a la vez la cantidad de su movimiento. E, igualmente, cuando aprehendemos el movimiento de ese hombre, nos damos cuenta del movimiento de sus piernas y vemos la cantidad de movimiento que ha desarrollado antes de este movimiento, sí continuaba manteniendo el movimiento de su cuerpo. Para precisar durante cuánto tiempo se ha movido un cuerpo, hemos de referir su movimiento a un movimiento determinado, que sea como su causa. Este movimiento lo referiremos asimismo al movimiento del alma, con lo cual queda ya dividido en partes iguales. Pero, ¿a quién referir el movimiento del alma? Es claro que al ser que queramos, el cual, sin embargo, tendrá que ser indivisible. También le convendrá ser algo primitivo, que contenga en sí mismo todas las demás cosas y que, a su vez, no sea contenido por nada. Otro tanto podrá decirse del alma del universo. Y, en cuanto a nosotros, ¿qué afirmar del tiempo? Se da, desde luego, en el alma universal y, del mismo modo, en todas las demás almas, que son en realidad una sola. Pero el tiempo no se ha dispersado en ellas, como tampoco se dispersa la eternidad en aquellos seres que le son semejantes y lo contienen.


  1. Cf. Aristóteles, Física, Δ 12, 221 b, 22-27. 

  2. Cf. Platón, Timeo, 39 b-c. 

  3. Nueva referencia al Timeo, 38 b-c.