Enéada IV, 2, 2 – Analise dicotômica da divisibilidade e da indivisibilidade da alma

Capítulo 2: Analise dicotômica da divisibilidade e da indivisibilidade da alma.
5-35. Exame das consequências da hipótese segundo a qual a alma seria somente divisível. Demonstração de sua impossibilidade.
35-39. Demonstração da impossibilidade da hipótese adversa segundo a qual a alma seria exclusivamente indivisível.
39-49. Conclusão: a alma é ao mesmo tempo divisível e indivisível.


2. La naturaleza del alma, pues, ha de ser tal que no pueda haber al lado de ella ni un alma que sea sólo indivisible, o sólo divisible, debiendo contar necesariamente con estas dos propiedades.

Porque si el alma, al igual que los cuerpos, tuviese partes distintas en lugares también diferentes, cuando una de sus partes se viese afectada por algo, esta sensación no alcanzaría a ninguna otra parte; esto es, únicamente aquella parte del alma, la que, por ejemplo, se encuentra en el dedo, y es diferente a las demás y existe por si misma, pasaría por esa prueba. Tendríamos, por tanto, varias almas que gobernarían cada parte de nosotros. Y, a mayor abundamiento, el mundo no tendría una sola alma, sino muchas almas que permanecerían separadas las unas de las otras. En vano hablaríamos de una continuidad de las partes, si no concluyésemos en la unidad absoluta; porque no podemos admitir lo que dicen (los estoicos) engañándose a sí mismos, esto es, que por medio de una distribución las sensaciones llegan a la parte rectora del alma. En primer lugar, hablan sin examen suficiente de la cuestión de una parte rectora del alma, pues ¿cómo repartirán ésta y en dónde situarán una y otra de sus partes? ¿Qué extensión asignarán a cada una de las partes y cuál será su diferencia cualitativa, si forman en realidad una sola masa continua? ¿Es acaso la parte rectora del alma la única que siente, o también las otras partes tienen sensación? Y si la sensación sobreviene tan sólo a la parte rectora, ¿en qué lugar de ella hemos de establecerla? Si, por el contrario, la sensación se produce en otra parte del alma que, por naturaleza, no debe sentir, esta parte no podrá comunicar su experiencia a la parte rectora y no habrá, en absoluto, sensación alguna. Pero, si se produce en la parte rectora, es claro que se producirá a la vez en una parte de ésta, dando por descontado que las otras partes no percibirán la sensación, porque sería una cosa inútil. O, en otro caso, tendríamos que admitir una multitud, o incluso un número infinito de sensaciones que no guardarían semejanza alguna entre sí. Una parte diría: yo he sido la primera en experimentar; otra (afirmaría): yo he experimentado la sensación de otra; y todas, a excepción de la primera, desconocerán dónde se ha producido la sensación. O bien ocurrirá que todas se hayan engañado, pensando que se ha producido allí donde ellas se encuentran. Por otra parte, si la parte rectora del alma no es la única que siente, sino que cualquiera de sus partes puede hacerlo, ¿por qué habrá de ser aquélla la parte rectora y no realmente todas las demás? ¿Por qué llevaremos la sensación hasta aquella parte? ¿Cómo es posible que de sensaciones múltiples, como por ejemplo las de los ojos y los oídos, se obtenga el conocimiento de un objeto único?

Si el alma es una y, además, totalmente indivisible en su misma unidad, si nada tiene que ver con la naturaleza de lo que es múltiple y divisible, un cuerpo ocupado por un alma no podrá ser animado en su totalidad; y así, colocada aquélla en el centro del cuerpo, dejará de extender su acción a toda la masa del ser animado.

Conviene, pues, que el alma sea una y múltiple, divisible e indivisible. No pongamos en duda, por tanto, que una misma cosa pueda estar en varios lugares, porque, si no admitimos esto, no será posible tampoco que una naturaleza reúna y gobierne todas las cosas, abarcándolas a todas ellas y dirigiéndolas con sabiduría; ni que un ser sea múltiple porque las cosas también lo son, o uno, porque lo es igualmente el ser que lo contiene todo. Este ser, por su unidad múltiple, deberá distribuir la vida a todas partes; y por su unidad indivisible, la conducirá con prudencia en todas ellas.

En las cosas carentes de sabiduría hay un principio rector que imita esta unidad del alma. Platón lo ha dicho en enigma de manera divina: “De (la esencia) indivisible y siempre idéntica a sí misma, y de la esencia divisible en los cuerpos (el demiurgo), hizo, por su misma mezcla, una tercera clase de esencia”1. Así, pues, el alma es una y múltiple; y, por su parte, las formas que se dan en los cuerpos son múltiples y unas. Los cuerpos, por consiguiente, tienen sólo multiplicidad, en tanto el principio más alto tiene sólo unidad.


  1. Para la cita, Platón, Timeo, Tim:34c|34 c-36 a.