Enéada IV, 4, 21 — O desejo (2)

21. Que esto es así, en lo que concierne al origen del deseo, lo muestran claramente las diferentes edades. Pues son muy distintos los deseos corporales de los niños, de los adolescentes y de los hombres maduros, como lo son también los de los hombres sanos o enfermos, aun siendo la misma la facultad del deseo. Porque es claro que son el cuerpo y las modificaciones que éste sufre los que producen tantas y tan variadas clases de deseos.

Si es verdad, por otra parte, que las llamadas inclinaciones del cuerpo no se corresponden siempre con el despertar de un deseo completo y concluido, y si éstas se detienen antes incluso de que haya actuado la voluntad reflexiva de no comer o de no beber, podrá decirse verdaderamente que el deseo tiene un límite, en tanto se mantiene en un determinado cuerpo, pero que la naturaleza no se une a él, ni le muestra buen ánimo o buena disposición, porque aquél no está de acuerdo con la naturaleza como para ser llevado hacia ella. La naturaleza vigila ciertamente si el deseo está o no conforme con ella.

En cuanto a lo que se decía anteriormente, que las diferencias existentes entre los cuerpos bastan para introducir deseos diferentes en la misma facultad de desear, no quiere afirmarse con ello que basta que los cuerpos sufran de manera diferente para que la facultad de desear experimente por ellos otros tantos deseos, cuando precisamente nada se procura con esto a la facultad misma. Porque el alimento, el calor, la humedad, el movimiento, el alivio de la evacuación o la satisfacción plena de los deseos, son cosas que pertenecen totalmente al cuerpo.