Enéada IV, 4, 38 — Resultados

38. Todo lo que proviene del cielo, sin ser movido por ninguna otra parte del universo, esto es, todo lo que en general proviene de lo alto y aun, si acaso, lo que es resultado de alguna otra cosa, como por ejemplo de simples rogativas o de cantos verificados conforme a ciertas reglas, todo esto, decimos, no debe ser atribuido a las cosas del cielo, sino más bien a la naturaleza de la acción misma.

Todo lo que es provechoso a la vida o proporciona alguna utilidad debe ser considerado como una donación, que va precisamente de las partes mayores a las más pequeñas. Cuando se dice que (los astros) tienen una influencia perniciosa en la generación de los animales, es porque el sujeto no ha podido recibir el bien que le fue dado. Porque un ser animado no nace simplemente: nace para un fin y en un determinado lugar, y conviene que sufra la influencia adecuada a su naturaleza. Las mezclas, además hacen también mucho, dado que cada (astro) ofrece algo beneficioso para la vida. Aunque podría ocurrir, en algún caso, que lo que es naturalmente ventajoso, no lo fuese en la realidad, ya que el orden del universo no da siempre a los seres lo que cada uno de ellos quiere. Nosotros mismos añadimos muchas cosas a los dones que se nos otorgan.

Y, sin embargo, todas las cosas se entrelazan y componen una sinfonía maravillosa. Vienen verdaderamente unas de otras, y aun de sus contrarias, porque todas provienen de un solo ser. Si algo falta para su perfección en los seres engendrados, atribúyase a la imperfección de su forma, que no ha podido dominar a la materia. Ello explica, por ejemplo, que algunos seres carezcan de la excelencia de linaje, por cuya privación se ven abocados a la fealdad.

De modo que unas cosas son producidas por los seres de lo alto, otras son debidas a la naturaleza del sujeto y otras, en fin, son añadidas por los mismos seres en los que se dan. Como todas las cosas responden a un orden y convergen a un mismo fin, pueden ser realmente anunciadas. Ciertamente, la virtud no tiene dueño, pero sus actos aparecen entramados en el orden universal, porque las cosas sensibles dependen de las cosas inteligibles, y las cosas de este universo de seres verdaderamente más divinos que ellas. Así, pues, lo sensible participa en lo inteligible.