Enéada IV, 4, 45 — Conclusões gerais

45. De todo lo que hemos dicho una cosa resulta clara, a saber, que cada una de las partes del universo, según su naturaleza y su disposición, colabora con el todo y sufre y actúa, no de otro modo que en un animal cada una de sus partes, de acuerdo con su naturaleza y su constitución, colabora con el todo y le presta sus servicios, siempre a tenor de la ordenación y utilidad mas justas. Cada parte da de sí misma, y recibe a la vez de las demás todo lo que la naturaleza le permita recibir; pues no olvidemos que se da en el todo una conciencia perceptiva de sí mismo. Pero si, además, cada parte fuese verdaderamente un animal, realizaría las funciones de un animal, que son, en realidad, muy diferentes a las de cada una de las partes.

Otra cosa también está clara en lo que a nosotros concierne, y es que ejercemos una cierta acción en el universo. Y no solamente sufrimos en cuanto al cuerpo todo lo que el cuerpo puede sufrir, sino que introducimos en el universo esa otra parte de nosotros que es el alma. Así, pues, mantenemos contacto con los seres exteriores por aquellos lazos que nos son afines con ellos. Por medio de nuestras almas y de nuestras disposiciones tomamos contacto, o mejor ya lo mantenemos, con todos esos seres que nos siguen en la región de los demonios, e incluso con los que están más allá de ellos. De manera que no podrá ignorarse verdaderamente lo que nosotros somos.

Pero no recibimos, ni damos todos, las mismas cosas. Porque, ¿cómo podríamos dar a otro lo que nosotros no poseemos, como por ejemplo un bien? Por supuesto que tampoco podríamos hacer donación de un bien a un ser incapaz de recibirlo. Un ser dominado por el vicio será conocido por lo que él es y, de acuerdo con su naturaleza, se verá impulsado hacia lo que realmente posee; luego, una vez liberado del cuerpo, se sentirá atraído hacia la región conveniente a su naturaleza. En cambio, para el hombre bueno, todo será muy diferente: lo que él reciba, lo que él dé, sus propios cambios de lugar. En ambos casos, sin embargo, la naturaleza regula los impulsos con la finura de un cordel.

He aquí, pues, cuán maravillosos son el poder y el orden del universo. Todas las cosas se desarrollan en él en un caminar silencioso y según la justicia, a la que ningún ser escapa. Por ello el malvado, aun sin darle oídos, es llevado sin saberlo al lugar del universo que verdaderamente le corresponde. Pero el hombre de bien sí que conoce esta justicia y va a donde debe ir, sabiendo ya, antes de partir, cuál es necesariamente su morada. Tiene en verdad la firme esperanza de que vivirá en compañía de los dioses.

En un animal pequeño sus partes apenas se modifican, con lo cual sus percepciones son también muy reducidas. Y no es posible que sus partes sean seres animados, salvo si acaso algunas, pero éstas en el menor grado. Mas, en el animal universal, de dimensiones tan grandes y un relajamiento tan acusado que da cabida a muchos seres animados, debe haber indudablemente movimientos y cambios de proporciones considerables. Vemos, por ejemplo, cómo se desplazan y se mueven regularmente el sol, la luna y el resto de los astros. No es ilógico, por tanto, que también las almas se desplacen y, como no conservan siempre el mismo carácter, adoptarán el orden que convenga a sus pasiones y a sus acciones. Así, unas ocuparán un lugar en la cabeza, otras en los pies, conforme a la armonía del universo. Porque es evidente que el universo encierra diferencias en cuanto atañe al bien y al mal. El alma que no ha escogido aquí lo mejor, ni ha participado asimismo de lo peor, pasa realmente a un lugar puro, ocupando así la morada que ella ha escogido. Los castigos que sufren las almas son como remedios a sus partes enfermas; en unas, habrán de emplearse remedios astringentes, en otras se apelará a desplazamientos o a modificaciones para restablecer la salud, colocando al efecto cada órgano en el lugar que le corresponda. El universo conserva también su salud mediante la modificación o el desplazamiento de las partes del lugar afectado por la enfermedad a otro que verdaderamente no lo esté.