1. Como hemos diferido considerar si puede ciertamente verse sin ayuda de ningún medio interpuesto, como por ejemplo el aire o cualquier otro cuerpo transparente, parece llegada la hora de que examinemos la cuestión.
Hemos dicho ya que tanto la visión como, en general, toda sensación, se verifican por intermedio de un cuerpo. El alma, si no cuenta con la colaboración del cuerpo, se mantiene por entero en el mundo inteligible; pero, como sentir es percibir, no realmente las cosas inteligibles, sino tan sólo las cosas sensibles, el alma debe estar en contacto con las cosas sensibles, y valerse de los medios que tengan semejanza con ellas para tratar de conocerlas y experimentarlas. Esta es la razón por la cual el conocimiento de las cosas sensibles se realiza por órganos corpóreos. Y precisamente por medio de estos órganos, combinados ininterrumpidamente a ella, mantiene el alma de algún modo su unidad con las cosas sensibles, basada en la comunidad de afectos entre ella misma y estas cosas.
Veamos, pues: ¿conviene en verdad un contacto del órgano con las cosas conocidas? Parece obvio formularse la cuestión en cuanto a las cosas conocidas por el tacto, pero tratamos aquí de la visión — del oído trataremos más adelante — y hemos de preguntarnos a este respecto si para ver hay necesidad de un cuerpo intermedio entre el ojo y el color.
Podría haber, sin duda, un cuerpo que hiriese el órgano por accidente, pero que, sin embargo, no sirviese para la visión. Ahora bien, si los cuerpos densos, tales como los cuerpos terrestres, son un impedimento para la visión, y si, por otra parte, cuanto más sutil es el medio, mejor vemos en realidad, ¿no deberá ser considerado el medio como un auxiliar de la visión o, al menos, como algo que no la impide? Mas, podría también contestarse, esos mismos medios de que hablamos constituyen un obstáculo para la visión. El cuerpo intermedio es el primero que recibe la afección sensible y, consiguientemente, su misma impronta. Prueba de ello es que si alguno se encuentra delante de nosotros y dirige su mirada hacia un color, ve decididamente ese color, el cual no llegaría hasta nosotros si no contase con el cuerpo intermedio.
Pero no es necesario de todo punto que el medio se vea afectado. Basta que la afección sea experimentada por el órgano, si está en su naturaleza el recibirla, puesto que, en el caso de que el medio la experimente, la recibirá sin duda de manera diferente. Así, por ejemplo, una caña colocada entre mi mano y un pez torpedo no experimenta lo mismo que sufre mi mano, aunque podría decirse que, si no existiese la caña o la crin, mi mano no se vería afectada. El hecho mismo, con todo, ofrece serias dudas, porque se afirma de los pescadores que tienen un torpedo en sus redes que sienten incluso su entumecimiento. Parece posible hablar aquí de un caso de simpatía, porque cuando es propio de la naturaleza de un ser sufrir la influencia de otro por la semejanza que mantiene con él, el medio no sufre esa afección si no es precisamente por razón de semejanza, y, aun en el caso de sufrirla, la sufre desde luego de distinta manera. Si esto es así, el ser que por naturaleza deba ser afectado por otro, lo será en mucho mayor grado cuando no exista ningún ser intermedio, e incluso, de existir éste, aunque pueda naturalmente recibir la afección.