Enéada IV, 5, 3 — A afecção de um intermediário não é a condição da vista

3. Una prueba decisiva de que la forma de los objetos no es transmitida a la vista por intermedio del aire, afectado gradualmente, nos la da el hecho de que, por la noche y en la oscuridad, vemos el fuego, los astros y las formas de éstos. No podrá decirse, verdaderamente, que las formas originadas por ellos han entrado en contacto con nosotros a través de la oscuridad, porque en este caso no habría oscuridad, al iluminar el fuego sus formas. Por otra parte, aun en la más profunda oscuridad, ya ocultos los astros y sin que provenga de ellos luz alguna, vemos el fuego de los faros y el de las torres que se muestran en las naves. Si se afirmase que este fuego atraviesa el aire, contrariamente a lo que testimonian nuestros sentidos, sería entonces necesario que tuviésemos la visión de una forma oscura en el aire, pero no la del fuego mismo, que es lo que claramente se percibe. Si vemos, por tanto, lo que está más allá de un medio oscuro, veremos todavía mejor cuando no se da este medio. Y si se objetase a esto que no hay realmente visión cuando no hay un medio, tendríamos que contestar que no es esencial aquí la falta de un medio, sino en mayor grado que se haga desaparecer la simpatía del animal universal consigo mismo y la que existe entre todas sus partes, que habrán de constituir una unidad. Pues parece que la sensación existe, porque este animal — esto es, el todo — simpatiza consigo mismo. De otro modo, ¿cómo un objeto podría sufrir la influencia de otro, y sobre todo de un objeto alejado? Tendríamos que examinar también, para el caso de que existiese otro mundo y otro ser animado no tributario del nuestro, si un ojo, situado en la convexidad del cielo, podría contemplarlo a una distancia conveniente, o bien si ese mundo no existiría para él . Pero dejemos la cuestión para más adelante.

Traigamos aquí otra prueba de que la sensación visual no tiene lugar por el hecho de que el medio sea afectado. Porque si el aire fuese afectado, lo sería necesariamente a la manera de un cuerpo, esto es, a la manera como la figura se imprime en la cera; en cada parte de la impronta quedaría impresa también una parte del objeto visible, hasta tal punto que la parte de la impronta que está en contacto con el ojo recibiría del objeto visible una parte igual a la de la pupila. Ahora bien, lo que se ve es el objeto en su totalidad y todos cuantos están en el aire lo ven, ya lo miren de frente u oblicuamente, de cerca o por detrás, y siempre que nadie se interponga. De modo que cada parte del aire contiene verdaderamente la forma visible total, pero no como estado de un cuerpo sino según la necesidad de la simpatía en el animal universal, la cual se refiere a las almas por ser de naturaleza más alta.