Enéada IV, 5, 5 — A Audição

5. En cuanto a la acción de oír, hemos de preguntarnos si es el aire el afectado y si, por ejemplo, el aire situado al lado del cuerpo recibe el primer impulso del cuerpo sonoro, impulso que se transmitirá hasta el oído para culminar en la sensación. Porque podríamos suponer que el medio resulta afectado por accidente, por encontrarse entre el cuerpo sonoro y el oído, con lo cual, si se suprime el medio una vez producido el sonido, como, por ejemplo, a raíz del choque de dos cuerpos, la sensación no llegaría de modo inmediato hasta nosotros.

Conviene, pues, que primeramente sea golpeado el aire, pero no en absoluto el aire intermedio entre el cuerpo sonoro y el oído. Porque parece evidente que el aire próximo al cuerpo sonoro es el principio del sonido, ya que nunca se produciría éste por el choque de dos cuerpos, si el aire, golpeado y rechazado por ellos en su rápido encuentro, no devolviese a su vez el golpe, transmitiendo así este choque al aire cercano a los oídos. Ahora bien, si el aire, y el choque que resulta de su movimiento, es el principio del sonido, ¿cómo se producen las diferencias entre las voces y los sonidos? El bronce resuena de manera diferente, según golpee el bronce u otro cuerpo. Y otro tanto ocurre con los demás cuerpos. Pero el aire, en cambio, es sólo uno y lo mismo el golpe que recibe, mientras que los sonidos no se diferencian únicamente por su magnitud y su pequeñez.

Digamos, en fin, que si el aire produce el sonido al golpear un cuerpo, no lo produce realmente como tal aire. Porque, para producir un sonido, el aire debería mantenerse estable como un cuerpo sólido, permaneciendo también como algo sólido antes de difundirse. Basta, por consiguiente, con el choque de dos cuerpos, pues la misma conmoción que esto produce hiere nuestros sentidos y origina el sonido. Lo prueban igualmente los sonidos que se producen en el interior de los animales, que no son debidos al aire, sino que son originados por el choque mutuo de unas partes con otras. Así, por ejemplo, cuando se pliegan las articulaciones, los huesos frotan unos con otros y se les oye rechinar sin que medie entre ellos el aire. Estas son las dificultades relativas al oído, semejantes a las que conciernen a la vista. Al igual que se decía entonces, la impresión del oído supone también una cierta simpatía en el ser animado.