Enéada IV, 5, 6 — Há luz sem ar?

6. Si la luz pudiese producirse sin intervención del aire, el sol iluminaría asimismo la superficie de los cuerpos, aun en el supuesto de que el aire, ahora iluminado por accidente, fuese reemplazado por el vacío. Pero si las demás cosas son iluminadas por serlo también el aire, la existencia de la luz debe atribuirse al aire, no siendo entonces otra cosa que una afección de éste. No existiría, pues, en definitiva, de no darse asimismo la existencia del aire afectado.

Digamos, ante todo, que la luz no es en su origen una afección del aire, ni, por supuesto, del aire como tal aire. Es propia, por el contrario, de todo cuerpo ígneo o brillante; tanto es así, que las piedras brillantes tienen el color de la luz. Pero, ¿se daría la luz, en el paso de estos cuerpos que poseen tal color a otro cuerpo, si no se diese a la vez el aire? Si la luz es sólo una cualidad, y una cualidad de un determinado ser, puesto que toda cualidad ha de existir necesariamente en un sujeto, hemos de inquirir ciertamente en qué cuerpo se encuentra la luz. Pero si es, en cambio, una actividad surgida de algún cuerpo, ¿por qué no podría existir en la vecindad de éste, en un espacio intermedio y vacío que permitiese su propagación? Porque es claro que si la luz se extiende en línea recta, podrá continuar su marcha sin cabalgar sobre ningún ser.

Si lo propio de la luz fuese caer, caería necesariamente. Y entonces ni el aire, ni, en general, ningún cuerpo iluminado, la arrancarían del cuerpo que la produce y la obligarían a avanzar. Pero no es un accidente, que deba darse en absoluto en otra cosa, ni tampoco una afección, que exigiría un cuerpo afectado. De modo que, o deberá permanecer en el sujeto cuando ya se ha ido la fuente productora de la luz, o ella misma ha de irse con su fuente. Pero, así, vendría también consigo misma. ¿Cómo? Sería suficiente que contase con un espacio. En otro caso, el cuerpo del sol perdería su propia actividad. Y esta actividad no es otra que la luz.

El que una actividad provenga de un sujeto no hace suponer que termine en otro sujeto. Si éste se presenta, experimentará como tal sujeto una determinada afección. Pero así como la vida es una actividad del alma, que confluye en un cuerpo, si éste se presenta, pero que sigue existiendo aunque el cuerpo no esté a su alcance ¿qué impide que ocurra lo mismo con la luz, si ella es también la actividad de un cuerpo luminoso? Porque no es la oscuridad del aire la que engendra la luz, sino que es su misma mezcla con la tierra la que hace a la luz oscura y verdaderamente impura. Decir que el aire la produce es tanto como afirmar que una cosa es dulce por su mezcla con otra amarga. Si se dice, pues, que la luz es una modificación del aire, habrá que añadir además que esta modificación afecta también al aire, cuya oscuridad sufre una transformación y deja de ser ya oscuridad. El aire, cuando está iluminado, permanece tal cual es sin ser afectado por nada. La afección pertenece tan sólo al objeto en el que se da, bien entendido que el color no es una afección del aire, sino que existe por sí mismo; así, decimos del color que está presente en él. Y con esto se ha tratado bastante de la cuestión.