8. Si existiese un ojo exterior al cielo y que mirase desde él sin obstáculo alguno que se lo impidiese, ¿podría contemplar todo aquello que no simpatiza consigo, siendo así que la simpatía se justifica por la misma naturaleza del animal universal? Si la simpatía descansa en el hecho de que quienes sienten y lo que ellos sienten pertenecen a un ser animado único, no podrá haber sensación si el cuerpo no forma parte de este universo, parte exterior ciertamente. En este caso sería, tal vez, algo sentido. Pero si, no siendo una parte de él, se aparece como un cuerpo coloreado y dotado de otras cualidades, esto es, como un cuerpo igual a los de aquí, ¿sería también algo sentido? Esto no es posible, desde luego, si nuestra hipótesis es correcta. Salvo que se intente destruir la hipótesis con esta misma consecuencia, aduciendo para ello que es absurdo admitir que un ojo no alcanza a ver el color que se le presenta, cosa que se extiende también a los demás sentidos en relación con las cosas sensibles a ellos presentes. Pero entonces preguntaríamos: ¿de dónde proviene este absurdo? Porque actuamos y sufrimos en este mundo como integrantes y participantes de un universo único. Tratemos de encontrar, pues, otras razones y quedará esto demostrado si las pruebas son suficientes, porque, de otro modo, habrá que acudir a nuevas pruebas.
Lo que sin duda resulta evidente es que todo animal simpatiza consigo mismo. Basta para ello que sea realmente un animal, en el que sus partes tendrán que simpatizar entre sí como partes que son de un animal único. Pero podría argumentarse también con la semejanza de las partes, con lo cual la percepción y la sensación tendrían lugar en el animal por su semejanza con lo que percibe, ya que el órgano ha de guardar semejanza con el objeto percibido. La sensación, en este caso, sería una percepción por medio de órganos semejantes a las cosas percibidas. Y, entonces, si el ser animado se da cuenta de los objetos, no porque estén en él, sino por la semejanza que mantienen con las cosas que hay en él, este ser percibirá como tal ser animado que es; pero, a su vez, las cosas percibidas tendrán este carácter, no porque estén en el animal, sino por ser semejantes a las cosas que hay en él. Mas, las cosas percibidas por nosotros no son semejantes a nuestros órganos sino en la medida en que el alma del universo las ha hecho semejantes, por razón de su misma conveniencia. De modo que, si admitimos un alma completamente diferente, que actuase en una región distinta a la nuestra, las cosas semejantes a las de aquí que se supone creadas por ella no serán nada para nuestra alma. Este absurdo descubre como causa verdadera la contradicción que se encierra en la hipótesis. Porque se habla aquí de algo que es y no es un alma. Y se dice de las mismas cosas que son y no son del mismo género, y a la vez semejantes y desemejantes. De modo que dicha hipótesis no merece tal nombre por las contradicciones que en sí misma encierra. Pues da por supuesto que existe un alma en esa región distinta y llega a la consecuencia de que el universo es y no es un todo, que es algo diferente y no diferente, que la nada no es realmente la nada y que ese mismo universo de que hablamos está y no está concluido. Habrá por tanto que prescindir de esta hipótesis y no tratar de buscar sus implicaciones, puesto que esta claro que la hipótesis se destruye a sí misma.