8. Si hemos de atrevemos a manifestar nuestra opinión, contraria a la de los demás, diremos que no es verdad que ningún alma, ni siquiera la nuestra, se hunda por entero en lo sensible, ya que hay en ella algo que permanece siempre en lo inteligible. Si domina la parte que está hundida en lo sensible, o mejor, si ella es confundida de alguna manera, no permitirá que tengamos el sentimiento de las cosas que contemplamos con la parte superior del alma. Porque lo que ella piensa sólo llega hasta nosotros cuando ha descendido hasta nuestra sensación. No conocemos, pues, todo lo que pasa en una parte cualquiera del alma, si no hemos llegado a la contemplación completa de la misma. Así, por ejemplo, si el deseo permanece en la facultad apetitiva, no puede ser conocido por nosotros, lo que sólo ocurre cuando se le percibe por el sentido interior, o por la reflexión, o por ambas facultades a la vez.
Toda alma tiene una parte de sí misma vuelta hacia el cuerpo y otra parte vuelta hacia la inteligencia. A su vez, el alma del universo organiza el mundo por esa parte suya que mira hacia el cuerpo. Se muestra superior a todo y actúa infatigablemente porque lo que ella quiere lo desea, no por razonamiento, como nosotros, sino por una intuición intelectual a la manera del arte. Esa parte que mira hacia abajo es verdaderamente la que organiza el universo. Las almas particulares, que abarcan una parte del universo, constituyen también una parte superior de él, pero dominadas por las sensaciones e impresiones perciben muchas cosas que son contrarias a su naturaleza y que las hacen sufrir y perturbarse. Así, la parte de la que ellas cuidan está falta o necesitada de algo, encontrando por tanto a su alrededor muchas cosas que le son ajenas. No es, pues, extraño que desee muchas otras cosas y que la gane el placer de ellas; pero ese mismo placer la pierde. Ahora bien, el alma cuenta asimismo con otra parte a la que desagradan los placeres momentáneos. Es esta parte la que lleva una vida análoga a la del alma total.