Enéada V, 2, 2 — A processão de todas as coisas

2. He aquí, pues, que la marcha hacia delante, se realiza del primero al último término, pero permaneciendo siempre cada cosa en el lugar que le corresponde. El objeto engendrado ocupa ciertamente un lugar inferior al de su generador, si bien mantiene su identidad con el ser al que sigue, en tanto subsiste su ligazón con él. Así, cuando el alma se introduce en la planta, es una parte de ella la que permanece en la planta; se trata, sin duda, de su parte más audaz y más imprudente, dado que es ésta precisamente la que ha avanzado hasta aquí. Pero cuando se ha introducido en un ser irracional, es el predominio de su poder sensitivo el que la ha conducido hasta él. Y, en fin, cuando ha penetrado en el hombre, su actividad se circunscribe al razonamiento o procede realmente de la inteligencia, porque el alma dispone de una inteligencia que le es propia y tiene por sí misma la voluntad de comprender y de moverse.

Mas vengamos de nuevo a la cuestión: cuando procedemos cortar los retoños o las ramas de los árboles, ¿a dónde marcha la parte de alma que hay en ellos? Al lugar de donde proviene, porque no estaba en modo alguno separada de él, sino que formaba una misma cosa con su principio. Pero, ¿y si cortamos o quemamos la raíz? ¿A dónde se dirige la parte de alma que hay en ella? Ciertamente, se encuentra en un alma que no había pasado a otro lugar; pero, incluso, aunque esa parte no estuviese en el mismo lugar sino que se hubiese desplazado a otro, se encontraría en el alma con sólo ascender a ella. Y si esto no hiciese, se convertiría en el poder de otra planta, ya que no le es posible contraerse en sí misma. Si, pues, le es dado ascender, la encontraremos necesariamente en el poder superior del alma. Pero, ¿dónde situar este poder? En algo que todavía le antecede y que es colindante con la Inteligencia aunque no de una manera local, porque nada de lo que aquí decimos tiene propiamente relación con el lugar. Y sí lo afirmamos con mayor motivo de la Inteligencia, también, consiguientemente, deberemos afirmarlo del alma. Diremos, pues, del alma que no se encuentra en ninguna parte, sino en un ser que, por no encontrarse en ninguna parte, se encuentra, precisamente, en todas. Y si el alma se detiene a medio camino cuando asciende a la región superior y antes de haber llegado a ella, podrá afirmarse que lleva una vida intermedia y que se detiene en esa parte de ella que es intermedia.

Está claro, por tanto, que todas las cosas son y no son el Primero. Lo son, en verdad, porque provienen de El, y no lo son porque éste subsiste en sí mismo y lo que hace es darles la existencia. Todas las cosas son como una larga vida que se extiende en línea recta. En esta línea todos los puntos son diferentes, pero la línea misma no deja por ello de ser continua. Y la diferencia que mantiene cada punto entre sí no implica la consunción del anterior en el siguiente. Pero, ¿no engendra realmente nada esa parte del alma que ha venido a las plantas? Engendra la planta en la que se encuentra. Extremo este que convendrá investigar, pero partiendo de otro principio.