Enéada V, 4, 2 — Como o Intelecto nasce do Uno?

2. Si el principio generador fuese la Inteligencia en si en si misma, lo que viniese después de él tendría que ser inferior a la inteligencia, aunque próximo y semejante a ella. Pero como el principio generador está más allá de la Inteligencia, el ser engendrado debe ser necesariamente la Inteligencia. Más, ¿por qué el principio generador no es la Inteligencia? Sin duda, porque el pensamiento es el acto de la Inteligencia. Y, ciertamente, el pensamiento que ve lo inteligible, que se vuelve hacia él y que recibe de él su perfección, es en sí mismo algo indefinido al igual que la visión, alcanzando su limitación por medio de lo inteligible. De ahí que se diga que “las ideas y los números están hechos de la díada indefinida y del Uno”, y eso mismo es lo que constituye la inteligencia. La Inteligencia, pues, no es algo simple, sino múltiple; hace manifiesta una composición que es, no obstante, es inteligible, y ve ya una multiplicidad de cosas. Ella misma es objeto pensado y sujeto que piensa. Reviste, por tanto, una doble condición. Pero, después de ella, vienen todas las demás cosas de su pensamiento.

Nos preguntamos: ¿cómo proviene la Inteligencia de lo inteligible? Y hemos de responder; lo inteligible permanecen sí mismo y ni siquiera tiene necesidad del ser que ve y que piensa (porque digo que el ser pensante es indigente dependencia de lo inteligible); en tanto el Uno no está privado de sensación, sino que todo es de El, y sin El se encuentra. De El debe darse un total discernimiento, pues la vida está en El y todo está en El, y la concepción que tiene de sí mismo, como por una especie de percepción simultánea, consiste en un reposo eterno y en un pensamiento de la Inteligencia. De ahí que si permanece en sí mismo y en El se produce un ser, ese ser habrá de provenir de El cuando El mismo sea lo más alto que puede ser. Es así que “cuando permanece El mismo en su propio carácter”, un ser nace de El, haciéndose, entonces, compatibles su permanencia y el devenir y, puesto que subsiste como pensamiento, lo que nace de El es un pensamiento; pensamiento que, al pensar a su generador (pues no puede tener otro objeto) se convierte en una inteligencia, diferente, sin duda, a lo inteligible pero semejante a él, como verdadera imitación e imagen suya. Pero, si permanece en sí mismo, ¿cómo se produce un acto? Digamos que hay el acto de la esencia y el acto que proviene de la esencia. El acto de la esencia es el objeto mismo en acto; el acto que proviene de la esencia es el acto que se sigue necesariamente de ella, pero que resulta diferente del objeto mismo. Tenemos a nuestro alcance el ejemplo del fuego, en el que hay un cierto calor que constituye su esencia y otro calor que proviene de éste cuando ejerce su característica actividad, aun permaneciendo en sí mismo. Otro tanto ocurre con el Uno, que se mantiene todavía en mayor grado en su propio carácter proviniendo de su perfección y de su acto un acto engendrado que, como derivado de una gran potencia e, incluso, de la mayor de todas las potencias, se encamina hacia el ser y hacia la esencia. Porque el Uno está más allá de la esencia. El mismo es potencia de todas las cosas y todas las cosas se deben a El. Pero si todas las cosas se deben a El, El estará, naturalmente, más allá de ellas y, por tanto, más allá de la esencia. Si todas las cosas se deben a El, lo encontraremos antes de todo ser y como algo desigual a todos los seres; por ello, precisamente, está más allá de la esencia. Pero la Inteligencia es, asimismo, una esencia, por lo que el Uno se encuentra también más allá de la Inteligencia. Porque el ser no es un cadáver sin vida y sin pensamiento; el ser y la Inteligencia son la misma cosa. La Inteligencia, a su vez, no guarda con sus objetos la misma relación que la sensación con las cosas sensibles que existen antes que ella. La Inteligencia es idéntica a sus objetos, si sus formas no son traídas de otro lugar porque, ¿de dónde podrían provenir? Aquí, (repetimos), es idéntica a sus objetos, constituyendo una y la misma cosa con ellos; de ahí que, en general, la ciencia de las cosas que carecen de materia sea idéntica a sus objetos.