3. Hemos de examinar esta naturaleza de la Inteligencia que, según nos anuncia la razón, constituye el ser real y la esencia verdadera. Para ello debemos primero asegurarnos por otro camino que posee en efecto esos atributos. Tal vez resulte ridículo el preguntarnos si la Inteligencia cuenta en el número de los seres; aunque, desde luego, haya algunos que mantengan sus dudas sobre esta cuestión. Mejor convendrá buscar si es verdaderamente como nosotros decimos, si hay una inteligencia separada, si esta inteligencia coincide con los seres y si es a la vez la naturaleza de las ideas, extremo éste sobre el que también deberá hablarse ahora. Vemos evidentemente que todo lo que llamamos ser es algo compuesto. Ninguno de los seres es algo simple, trátese de los seres producidos por el arte o de los creados por la naturaleza. Porque los seres producidos por el arte contienen bronce, madera, o piedra y no han llegado a su plenitud antes de que el arte haga, en cada caso, una estatua, una cama o una casa, introduciendo a tal fin en estas obras la forma misma que proviene de él. Entre los seres compuestos por naturaleza, unos reúnen varios elementos y son llamados combinaciones que se resuelven en los elementos combinados y en la forma: así, por ejemplo, el hombre, en un alma y en un cuerpo, y el cuerpo en cuatro elementos. Pero cada uno de los elementos se encuentra a su vez compuesto de una materia y de aquello que le proporciona la forma, porque por sí misma la materia de los elementos carece de forma. Esto, si se pregunta de dónde viene la forma a la materia.
Habrá que investigar también si el alma es alguno de los seres simples, o si hay en ella algo que sea como la materia y algo que sea como la forma; e, igualmente, si la inteligencia que se da en ella es como la forma en el bronce o como el artista que produce la forma en el bronce. Transfiriendo estas mismas cosas al universo nos elevaremos entonces a una inteligencia realmente creadora, instituida con el carácter de demiurgo. Diremos, por ejemplo, que el sustrato que recibe las formas es el fuego, el agua, el aire y la tierra, pero que las formas que llegan a él provienen de otro ser, que es el alma. El alma añade, pues, a los cuatro elementos la forma del mundo. Ahora bien, es la Inteligencia la que le proporciona las razones seminales, lo mismo que el arte da a las almas de los artistas las razones necesarias para su acción. Contamos así con una Inteligencia que es la forma del alma y que actúa según la forma; pero hay también una inteligencia que le proporciona la forma, al modo como el escultor la da a la estatua, que contiene en sí misma todo lo que él le ha dado. Lo que (la Inteligencia) ofrece al alma es algo que está cerca de la realidad verdadera; pero lo que el cuerpo recibe es ya una imagen y una imitación.