5. Si tomamos la inteligencia en su verdadero sentido, hemos de entender por ella no la inteligencia en potencia y que pasa del estado de insensatez al estado de inteligencia — de no ser así, tendríamos que buscar de nuevo una inteligencia que fuese anterior a ella —, sino la Inteligencia en acto y que existe eternamente. Porque si no tiene el pensamiento como algo extraño y si realmente piensa, debe pensar por sí misma y poseer a la vez, también por sí misma, todo lo que ella posee. Si piensa por sí misma y saca de sí misma sus pensamientos, ella misma es lo que piensa. Porque si ella fuese una realidad y lo que piensa otra realidad distinta, su propia realidad quedaría fuera de su pensamiento; estaría, por tanto, en potencia y no en acto. No conviene separar estas realidades una de otra. Aunque, ciertamente, tenemos la costumbre de separarlas con el pensamiento, de acuerdo con lo que pasa en nosotros.
¿Cuál es entonces el ser que actúa y que piensa, para que debamos admitir que es precisamente eso mismo que piensa? Es claro que se trata de la inteligencia verdadera, que piensa los seres y los hace existir. Y ella misma es estos seres, porque tendrá que pensarlos, bien como existentes en otra parte, bien como existentes en ella y siendo así no otra cosa que ella misma. Pero que existan en otra parte resulta imposible; porque, ¿dónde podrían existir? Así, pues, se piensa a si misma y los piensa en sí misma. Porque no los piensa en las cosas sensibles, como creen algunos; ya que para cada uno de los seres la existencia sensible no es lo primero. Antes bien, la forma que se da en las cosas sensibles y en la materia es una imagen de la forma real, y toda forma que se da en una cosa ha venido a ella de otra forma, ofreciéndose aquí como la imagen de esa forma. Por otra parte, si la Inteligencia debe ser la creadora del universo, no podrá pensar en los seres para producirlos en este universo, porque esos seres deben existir antes que el universo, y no como improntas de otros seres, sino como arquetipos y seres primeros, e incluso como la esencia de la Inteligencia. Podrá decirse que basta con las razones seminales, puesto que, evidentemente, son eternas. Pero si se las considera eternas e impasibles, debe colocárselas en una inteligencia que sea como ellas y anterior al hábito, a la naturaleza y al alma; porque estas tres cosas sólo existen en potencia. He aquí, pues, que la Inteligencia constituye los seres reales mismos, y no los piensa como existentes en otra parte; porque no se dan, ciertamente, ni antes ni después de ella, sino que ella es como su primer legislador, y aún mejor, la ley misma de su existencia. Son, por tanto, exactas las fórmulas siguientes: “el pensar y el ser son una y la misma cosa”, “la ciencia de los seres sin materia es idéntica a su objeto” y “yo trato de encontrarme a mí mismo” como uno de los seres. También lo es la teoría de la reminiscencia. Porque es claro que ningún ser existe fuera, en un lugar del espacio, sino que los seres permanecen siempre en sí mismos, sin que admitan el cambio y la corrupción; por esto mismo son seres reales.
Las cosas que nacen y que perecen disponen de un ser que no es el suyo, y no son ellas sino él el que constituye el ser. Las cosas sensibles son por participación lo que se dice que son; su sustrato recibe su forma de otra parte, como ocurre con el bronce que la recibe del arte del escultor y con la madera que la recibe del arte del carpintero, en los que ha penetrado por medio de su imagen. No obstante, el arte permanece idéntico a sí mismo fuera de la materia y conserva la verdadera estatua y la (verdadera) cama e igual acontece con los cuerpos. Este universo participa de las imágenes de los seres, que se muestran diferentes a ellos. Porque los seres son inmutables, en tanto las imágenes cambian; e, igualmente, los seres permanecen en sí mismos y no tienen necesidad de espacio, puesto que no son magnitudes. Poseen, pues, una existencia intelectual e independiente, porque la naturaleza de los cuerpos desea ser conservada por un ser diferente, en tanto la Inteligencia, que sostiene con su maravillosa naturaleza todos esos seres que por sí mismos caerían, no busca para sí misma un lugar donde establecerse.