Enéada VI, 4, 12 — Metáforas da orelha, dos olhos, do som e do ar

12. Muchas veces, un sonido y una palabra oral transmitidos por el aire son recibidos y percibidos por el oído, y lo mismo ocurriría con otro oído situado en el intervalo: la palabra y el sonido se acercarían hasta él, o mejor todavía, sería el oído el que vendría hasta ellos. De igual modo varios ojos tienen la misma visión y se llenan a la vez del mismo espectáculo, ello aunque el objeto contemplado se halle separado. En uno y otro caso existen unos órganos que son la vista y el oído, pero otro tanto ocurriría con el ser capaz de recibir el alma; no hay duda que la recibiría y que de este mismo hecho podrían darse derivaciones diferentes.

Un sonido se ofrece en el aire en todas partes, pero no dividido sino por entero. Respecto a la visión, si el aire experimenta de algún modo su forma, la experimenta de manera no divisible; por ello, dondequiera se encuentre el ojo, allí percibirá esa forma. Esta no es, sin embargo, la opinión general, y la damos a conocer para indicar la participación de la pluralidad en la unidad. En lo que concierne al sonido se hace todavía más evidente que una forma está presente por entero en la totalidad del aire; porque todo el mundo no escucharía lo mismo, si la palabra no estuviese por entero en cada parte del espacio y sí cada órgano receptor no la recibiese de igual manera. Sí damos por supuesto que la totalidad de un sonido se extiende por todo el aire, pero sin que una parte del aire se una a una parte del sonido y sin que éste se divida con arreglo a las divisiones de aquél, ¿por qué hemos de dudar que el alma acompañe a las divisiones del espacio y pensar, en cambio, que dondequiera esté presente -y es claro que lo está en todas partes- aparezca como no divisible?

Una vez que el alma ha llegado a los cuerpos, muestra analogía con un sonido transmitido por el aire, pero antes de incorporarse a los cuerpos semeja al que pronuncia el sonido o está en condiciones de pronunciarlo. Ya unida a los cuerpos, el alma no mantiene distancia con el que habla, el cual, al hablar, conserva la voz y la da a los demás. Los caracteres del sonido no corresponden, sin embargo, a los del alma, para lo cual los hemos elegido; tienen, con todo, semejanza en algo. Mas, el alma posee una naturaleza muy distinta y hemos de comprender que no dispone de una parte del ser en sí misma y de otra en los cuerpos; toda ella está en sí misma y a la vez se hace visible en una pluralidad de cuerpos. Y si otros cuerpos se dirigen hacia el alma para recibirla, lo que de verdad reciben, e invisible-mente, es lo que ya se daba en los otros cuerpos. No están las cosas preparadas de tal manera que una parte del alma, situada en un determinado lugar, venga también a un cuerpo determinado. Esa parte que decimos que viene a un cuerpo, se encontraba ya en el universo y en sí misma; y todavía permanece ahí aunque parezca haber venido hacia nosotros. Pero, ¿cómo podría venir? Pues si realmente no vino y sólo se la ha visto en el momento en que se encontraba presente -presente decimos sin tener que esperar la participación de un cuerpo-, está claro que permanece en sí misma a la vez que se encuentra presente al cuerpo. Por tanto, si permanece en sí misma y asimismo se da en el cuerpo, será entonces el cuerpo el que habrá venido a ella. Es el cuerpo el que, fuera del ser real, vino hasta el ser real y se instaló en el universo viviente; mas, ese mundo viviente existía ya en sí mismo y se daba en sí mismo sin división alguna de su propia masa. Porque, en verdad, carecía de volumen y el hecho de venir a él no significa que lo adquiera. No entendamos la participación como la relación de una parte con el todo; si alguna cosa extraña llega realmente a este mundo, participará por entero en él. De igual modo, sí decimos que se da totalmente en los cuerpos, admitiremos que se da también, y por entero, en cada uno de ellos. Pues en todas partes es el mismo, único y no divisible, pero total.

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