Enéada VI, 4, 5 — A alma é grande…

5. La magnitud del alma descansa en esto y no en su volumen. Pequeño resultaría el volumen y a nada quedaría reducido si se procediese a su división. En lo que respecta al alma no es posible separar nada de ella, pero, aunque así fuese, no quedaría con esto disminuida. Si, pues, el alma no disminuye, ¿debemos temer su alejamiento de las cosas? ¿Cómo comprender ese alejamiento, si su naturaleza está completa y es eterna y no necesita devenir? Porque si admitiésemos un alma fluyente, es claro que marcharía hasta el punto que su potencia le permitiese. Pero el alma no fluye, sencillamente porque no tiene a donde marchar. El alma contiene la totalidad del universo y, mejor aún, ella misma es esa totalidad de una manera más excelsa que la naturaleza corpórea. Se creería justamente que poco es lo que ella da al universo; poco, cierto es, pero al fin es todo lo que el universo puede recibir. No convendrá decir, sin embargo, que el alma es menor que el universo para tener que desconfiar así que algo realmente más pequeño pueda llenar un volumen mayor. No debemos afirmar que el alma es más pequeña, ni poner en relación un volumen con algo que no posee volumen. Pues no puede decirse, en efecto, que es más pequeña, por la falta de relación de un volumen con algo que en realidad carece de él y que, por tanto, no puede entrar en medida. Es lo mismo que si se dijese que la medicina es más pequeña que el médico. Además, aun siendo el alma mayor, nada autoriza a pensar que sobrepase en cantidad al universo, ya que la magnitud del alma no guarda semejanza alguna con la del cuerpo. Un claro testimonio de esa magnitud es el hecho de que si el volumen del cuerpo se hace mayor también se extiende, en la misma medida de la masa, el alma que animaba al cuerpo. Por muchas razones, pues, parece ridículo atribuir un volumen al alma.

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