Enéada VI, 4, 8 — Inteligível e corpos

8. Como aquí se trata de la luz de un cuerpo, es claro que puede decirse de dónde viene, ya que se puede indicar también de qué cuerpo emana. Si es realmente inmaterial y no necesita del cuerpo para nada, será por naturaleza anterior a todo cuerpo, ya que estará situada en sí misma; pero posiblemente no tenga necesidad de residir en sí misma, aunque, si un ser así no tiene origen ni proviene a la vez de un cierto lugar o no pertenece a un cuerpo, ¿cómo decir que una parte suya se encuentra en un lugar y otra en otro? Con ello precisaríamos ya un punto de partida y le asignaríamos un ser determinado. Nos queda por afirmar que, si un ser participa de la luz, participa asimismo de la potencia del universo, pero sin que la luz resulte afectada y sufra división alguna. De un ser que pertenece a un cuerpo podemos decir que sufre, aunque sólo sea por accidente; se le atribuye, pues, ese carácter e incluso el de ser divisible, puesto que es una parte de un cuerpo, cual ocurre con la afección o la forma. Mas, el ser que nada tiene que ver con cuerpo alguno, no obstante la solicitud del cuerpo, ese ser, por necesidad, no puede de ningún modo experimentar las pasiones del cuerpo y ni siquiera, por supuesto, la divisibilidad; porque ésta es la primera afección de un cuerpo como tal cuerpo. Por tanto, si lo divisible queda vinculado a la naturaleza del cuerpo, lo indivisible será algo incorpóreo. ¿Cómo, pues, podríamos dividirlo, si carece de magnitud? Es indudable que si algo extenso participa de alguna manera en un ser carente de magnitud, participará en él sin necesidad de dividirlo, porque, en otro caso, habría que atribuirle la extensión. Cuando se dice que la unidad se da en la pluralidad, no quiere decirse con ello que la unidad se convierta en multiplicidad. Lo que pasa es que se atribuye a la unidad el carácter de lo múltiple, al verla a la vez en una pluralidad de cosas. No significa, pues, que pertenezca a cada una de las cosas ni a todas ellas el que lo uno se dé en una pluralidad; porque lo uno pertenece a sí mismo y existe en sí, y al existir en sí no se abandona a sí mismo. Pero no se afirmará por ello que esa sola cosa sea tan grande como el universo sensible o siquiera como una parte de este universo. Ya hemos dicho que carece de magnitud y, ¿cómo entonces atribuírsela ahora?

Establecemos la comparación en magnitud de un cuerpo con otro, pero no cabe de ningún modo esa atribución con cualquier otra naturaleza. Sí no mentamos para nada la cualidad, no podemos hablar de una situación en uno u otro lugar, ni decir, por tanto, que una cosa está aquí o allá. Estaría cada vez en un determinado lugar. Si referimos la divisibilidad de una cosa al hecho de que se encuentre en un lugar, esto es, a que cada parte ocupe una situación determinada, ¿cómo, entonces, podría ser divisible lo que no ocupa esa situación? Convendrá considerarlo como indivisible y compañero de sí mismo, bien que muchas cosas deseen unírsele.

Si muchas cosas aspiran a él, es claro que aspirarán a él en totalidad; y si la participación de que hablamos puede darse, es claro que será también una participación en totalidad. Conviene decir que una participación así entendida no es una posesión, y que lo no divisible no pertenece propiamente a ningún ser. Sólo en este sentido permanecerá por entero en sí mismo e, igualmente, en las cosas que nosotros vemos. Si no se diese por entero, no estaría en sí mismo, con lo cual las cosas no participarían en lo que ellas desean, sino en otro ser que no constituye el objeto de su aspiración.

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