2. La razón, al tratar de justificar lo que hemos dicho, aduce que ella no es una unidad, sino algo divisible, y, asimismo, que toma para su búsqueda la naturaleza corpórea y sus principios, dividiendo la sustancia inteligible a la manera como haría con un cuerpo. De este modo llega a desconfiar de la unidad de esa sustancia por no partir para la búsqueda de los principios que son apropiados para ella.
En cuanto a nosotros, para referimos a la unidad que se da en todas partes, hemos de adoptar principios que nos la hagan creíble. Por eso, y como se trata de un ser inteligible, echaremos mano de principios inteligibles relacionados con el ser verdadero. Contamos con el ser, afectado por toda clase de cambios y dividido en el espacio, al que conviene más llamar devenir y no ser; y existe, además, el ser eterno indivisible, que siempre se aparece de la misma manera, que no nace, ni perece, no exige espacio, ni lugar, ni situación. Este último ser no sale de un lugar para penetrar en otro, sino que permanece en sí mismo. Cuando hablamos de las cosas primeras, esto es, del ser móvil, razonamos a partir de su naturaleza y de las cosas que tienen relación con ella; nuestros razonamientos, que apoyan en lo verosímil, son también verosímiles. Mas, cuando nos referimos a los seres inteligibles, hemos de tomar la naturaleza del ser que nos ocupa para obtener los principios adecuados al razonamiento. No olvidaremos esta naturaleza para dirigirnos a otra, sino que, al contrario, partiremos de ella para llegar precisamente a su comprensión. Porque, en todas partes, la esencia ha de considerarse como el principio, y así se dice que con una buena definición se procura el conocimiento de la mayoría de los accidentes. En mayor grado ocurre esto todavía con los seres que tienen todo lo que les pertenece en su esencia; a ella es a la que conviene atenerse, dirigiendo hacia aquí nuestra atención y refiriéndole a la vez todas las cosas.