Enéada VI, 5, 4 — Vem ao mesmo crer em deus e crer que a mesma coisa é por toda parte idêntica

4. Prestad atención, si queréis, al argumento que sigue: no decimos de Dios que esté aquí y no esté en otra parte. Todos los que tienen alguna idea de los dioses estiman, tanto del dios único como de los demás dioses, que se encuentran presentes en todas partes. Y la razón nos dice que así conviene creerlo. Mas, si Dios está en todas partes, no es posible que sea divisible; de ahí entonces que no fuese él mismo el que se encuentra en todas partes, sino una parte aquí y otra allá. Y no lo admitiríamos como una unidad, a no ser en el sentido de una magnitud que, dividida en muchas partes, queda realmente destruida, ya que todas las partes no constituyen la magnitud total. Además, se trataría en verdad de un cuerpo.

Si todo lo que decimos resulta imposible, se aprecia entonces manifiestamente lo que promovía nuestras dudas: el hecho de que en la naturaleza humana se piensa en Dios como en un ser presente todo entero y a la vez en todas partes. Y si quisiésemos atribuir a la naturaleza divina la infinitud no podríamos concebirla como limitada. ¿Qué se afirma con ello sino el que ella nada omite? Si, pues, nada omite, es porque ciertamente está presente en todo. Ya que si no pudiese estar presente en algo, o le faltaría o se daría un lugar en el que ella no estuviese.

Si dijésemos que existe otro ser después del uno, tendríamos que decir también que ese ser se da a la vez que el uno, que existe en derredor y en referencia a éste. Es como un producto del uno y está en contacto con él. De modo que lo que participa de este último ser participa igualmente del uno.

Contamos con muchos seres en el mundo inteligible; seres que, jerárquicamente, ocupan el primero, el segundo y el tercer lugar. Mas, como todos ellos se encuentran referidos a un centro único, al igual que los rayos de una esfera, y como no media entre estos seres distancia alguna sino que se dan todos a la vez, los seres del primero y del segundo grado jerárquico hállanse, por tanto, donde se encuentran los del tercero.

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