Enéada VI, 5, 7 — Não possuímos os inteligíveis

7. Nuestro yo y nosotros mismos estamos dispuestos hacia el ser. Subimos hasta él lo mismo que antes descendimos. Pensamos entonces los seres sin acudir para nada a las imágenes o a las improntas. Si ello no es así, es que nosotros somos ya esos seres. Si se da realmente nuestra participación en la verdadera ciencia, somos de cierto esos seres, pero no porque los recibimos en nosotros, sino porque somos nosotros en ellos. Hay, pues, otros seres y no existimos tan sólo nosotros, pero ellos y nosotros coincidimos en esto. Todos en conjunto somos los seres y todos también constituimos una unidad. Ahora bien, desconocemos esa unidad porque tendemos nuestra vista fuera del ser del que salimos. Somos como una cabeza que presenta muchas caras hacia afuera y una sola hacia adentro. Si se pudiese dar vuelta atrás o se tuviese la suerte de ser arrastrado por la misma Atenea, podría verse a Dios, a sí mismo y al ser universal. La primera visión no sería la del ser universal, pero luego, como no hay un punto en el que puedan fijarse los límites, esto es, como si hasta un cierto lugar se diese uno mismo, abandonamos nuestra frontera del ser universal y vamos hasta él sin cambiar por ello de lugar, sino permaneciendo allí mismo donde asienta lo universal.

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