Enéada VI, 5, 8 — Participação da matéria nas formas

8. Pienso al menos que si se considerase la participación de la materia en las ideas llegaríamos con más razón a una confirmación de lo dicho; ya entonces no se la tendría por imposible ni continuaría ofreciendo dificultades. Hay buenas y necesarias razones para no creer que las ideas y la materia permanecen separadas y que, de lejos y de lo alto, una acción iluminadora de las ideas desciende hasta la materia. Diríamos con ello algo vacío de sentido. Porque, ¿qué queremos expresar con las palabras lejos y separado? En este caso, esa participación de que habíamos no resultaría la más difícil e impracticable, sino que estaría más al alcance de nuestro conocimiento por medio de imágenes. Nos referimos alguna vez a una especie de iluminación, pero no decimos esto como si se tratase de rayos luminosos que actúan sobre algo sensible, sino que tomamos las cosas materiales como imágenes que tienen a las ideas como modelos, y así, al igual que en la acción iluminadora hablamos de una separación entre el ser que ilumina y el ser iluminado, empleamos aquí este lenguaje.

Conviene ahora, sin embargo, que nos expresemos de una manera más exacta. Pues no es verdad que el ser de la idea y el ser de la materia ocupen distinto lugar, y que aquélla se refleje sobre ésta como si se tratase de una superficie líquida. Por todas sus partes la materia entra en contacto con la idea, aunque ello no suponga que toca a la totalidad de ésta; pero es esa aproximación la que permite que la materia reciba de la idea todo cuanto pueda recibir y sin que medie ser alguno entre ambas. Y no, desde luego, porque la idea atraviese y circule a través de toda la materia, ya que realmente permanece en sí misma. Ocurre aquí como con el fuego, cuya idea no se encuentra en la materia (entiéndase la materia que sirve de apoyo a los elementos); y es por ello por lo que el fuego en sí, al no recaer en la materia, puede dar su forma a la materia en toda aquella parte que está sujeta a su acción. Partimos del supuesto de que el primer fuego engendrado posee un gran volumen y lo mismo afirmamos de los demás elementos. He aquí, pues, que el fuego en sí y único se aparece en todos los fuegos sensibles y produce en ellos una imagen de sí mismo; ahora bien, como no mantiene separación en cuanto al lugar, no produce esa imagen cual pudiera hacerlo una acción iluminadora visible. Porque, de ser así, todo el fuego sensible existiría ya de alguna manera (se entiende en el fuego inteligible) y se daría como una multiplicación de éste, aunque la idea generadora de los lugares (de los fuegos sensibles) permaneciese ella misma fuera de lugar. Con lo cual tendríamos necesidad de que saliese de sí una cosa que se multiplicase, porque sólo de este modo podría explicarse su multiplicidad y la participación repetida en una misma cosa. La idea no entrega nada de sí misma a la materia puesto que no puede dispersarse, pero, como es una, puede llegar a informar con su unidad lo que no es uno. Se da así como presente a lo que no es uno en totalidad, pero no dando una forma a una parte y otra a otra, sino actuando sobre cada una de las partes como si se tratase del no-uno todo entero.

Sería ridículo introducir sucesivamente varias ideas del fuego para admitir que cada una da su forma a una determinada masa; porque entonces es claro que las ideas se multiplicarían infinitamente. Y luego, ¿cómo se podrían separar esas masas, si se ofrece tan sólo un único fuego continuo? Porque si añadimos a esta misma materia un nuevo fuego que la haga todavía mayor, será con todo la misma idea la que actúe sobre esta parte material y no en manera alguna una idea diferente.

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