Enéada VI, 6, 13 — Há graus no um

13. ¿Cómo admitir, por ejemplo, que el pensamiento de la unidad del sujeto tiene su origen en el sujeto, en la percepción del hombre, en un ser vivo cualquiera o incluso en una piedra? ¿Podríamos considerarlo razonable cuando uno es el ser que se parece y otra y muy distinta su propia unidad? Porque de afirmarse la identidad del hombre con su unidad, no pensaríamos el uno relativamente a lo que no es el hombre. Además, en el caso de la posición a la derecha y en otras por el estilo, el pensamiento no se mueve en vano, sino que advierte una determinada posición cuando precisa lugares diferentes, lo mismo que ve alguna cosa cuando afirma la unidad. No es movido por una impresión vana, o simplemente por nada enuncia la unidad. Ni tampoco por el hecho de que se dé un objeto único y ningún otro con él; porque incluso al afirmar que “no hay otro objeto”, sienta la afirmación de otro uno, otro y distinto y, desde luego, posterior al uno. Si el pensamiento no se apoya en la unidad, no podrá hacer mención de lo otro y lo distinto; y cuando dice que el uno está solo, dice realmente que el uno está solo; de modo que el uno se afirma antes de su determinación única. Por otra parte, el sujeto que lo dice, ya antes de afirmar el uno de otra cosa, es en sí mismo una unidad; y aquello a lo que atribuye la unidad es de cierto uno antes de que él lo haya dicho o pensado. Porque, o bien es uno, o más de uno y múltiple; y sí es múltiple, la unidad debe existir antes de una manera necesaria. Cuando dice de algo que es una multitud, quiere decir que es más de uno; y (cuando) piensa en un ejército, piensa en muchos hombres armados y encuadrados en una unidad. Pues aun cuando el pensamiento no permita a lo que es multitud ser multitud, es claro que lo hace en este caso o dando a la multitud una unidad que no tiene, o advirtiendo agudamente la unidad que resulta del orden y reuniendo así la naturaleza de lo que es múltiple. Y en esta coyuntura no se habla en realidad de una unidad ficticia, como tampoco al considerar la casa como una unidad de muchas piedras, o sencillamente como una casa una.

Si esto se aprecia más cuando nos referimos a lo continuo o, aún mejor, a lo no divisible, queda de manifiesto que la unidad es una cierta naturaleza que posee la existencia. Porque no es posible que en lo que no es se dé algo en mayor o menor grado, a la manera como al afirmar la sustancialidad de cada una de las cosas sensibles e igualmente de las cosas inteligibles, hacemos recaer la afirmación en sentido más alto sobre las cosas inteligibles, colocando en los seres el grado mayor y más alto de la sustancia, pero dando por supuesto que el ser tiene primacía en la sustancia, sea ésta sensible, sea cualquiera de los géneros del ser. De la misma forma, al ver que la unidad manifiesta diferencias en más o en menos en los seres sensibles y en los inteligibles, tendremos que decir que se da una unidad con todas estas particularidades, pero referida con todo a una unidad más alta. Ocurre aquí como con ía sustancia y el ser: una y otro son algo inteligible y no sensible, aunque lo sensible participe de lo inteligible; y no de otro modo ha de considerarse la unidad en las cosas sensibles: una unidad que se afirma por participación y que el pensamiento, sin embargo, aprehende como unidad inteligible y con un conocimiento inteligible. De tal manera que llega a una unidad por otra, por otra que no ve pero que ya conocía de antemano. Si la conocía de antemano, como tal ser es idéntico al ser, con lo cual al afirmar que tal ser es tal unidad, se afirma también la unidad; de la misma forma que al decir que es tal diada o tal multiplicidad (se afirma la diada o los otros números).

Si, pues, no hay posibilidad de pensar (ni de decir) las cosas prescindiendo del número uno, del dos, o de cualquier otro, ¿cómo podríamos negar la existencia a eso sin lo cual no es posible pensar ni decir las cosas? Porque si el no existir (el uno) implica que no se puede pensar o decir nada, es claro que resulta imposible el decir que no existe; ya que lo que es de todo punto necesario a la producción del pensamiento o del lenguaje debe preceder necesariamente tanto al pensamiento como al lenguaje; ésa es la condición indispensable para que uno y otro se produzcan.

Pero si la existencia del uno es necesaria para la existencia de cualquier ser (porque no hay ningún ser que no sea uno), no cabe duda entonces que el uno es antes que el ser y que incluso lo engendra. Por ello se dice ser uno, pero no ser y luego uno1; porque al decir uno y ser se produciría la multiplicidad. En el uno no comprendemos el ser si no hacemos expresa referencia a su propensión para engendrar el ser. La precisión del objeto, de este objeto, no es algo que carezca de sentido; enunciamos entonces una realidad y una cierta presencia, y no una impresión del alma que no responda a objeto alguno; se trata, sí, del objeto mismo, como si dijésemos el nombre propio de un determinado objeto.


  1. Razonamiento tomado de Platón, como en tantos otros casos a través de las Enéadas. 

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