Enéada VI, 6, 14 — A comparação do um com um relativo é injustificada

14. En cuanto a lo que se ha dicho de la unidad con referencia a lo relativo, deberá afirmarse con buenas razones que la unidad no es uno de esos relativos que pierda su ser si su correlativo sufre, o si ambos no sufren. Conviene, por el contrario, si el objeto ha de salir de su ser, que sufra la privación del uno, dividiéndose en dos o en más de dos. Si, pues, dividimos una masa en dos y no se destruye como tal masa, es claro que había en ella, además del sujeto, pero añadido a él, la unidad que se ha perdido como consecuencia de la división. Ahora bien, lo que unas veces está presente y otras desaparece en un mismo ser, ¿no deberemos incluirlo entre los seres, allí donde precisamente se da? El uno se da como accidente en esos seres, pero tiene su ser en sí mismo; se aparece tanto en las cosas sensibles como en las inteligibles; se da como accidente en las cosas que son posteriores a él, pero sin dejar de existir en sí en los inteligibles y en el primero de entre todos ellos, el Uno que es uno y luego ser. Diríase, si acaso, que el uno, sin sufrir nada, no sería uno sino dos contando con la adición de otra cosa; pero no se juzgaría rectamente. Porque el uno no llega a hacerse dos, tanto en el caso del primer uno al que se añade el segundo, como en el del segundo al que se añade el primero. Cada uno de los dos permanece siendo uno, tal como ya era. El término dos se afirma de ambos, pero separadamente y con respecto a cada uno de ellos seguimos diciendo uno. No haremos, pues, que dos o la diada sean por naturaleza una relación, porque si dos hubiese de ser considerado como una reunión de dos cosas, dos se aparecería naturalmente como una relación en ese sentido. Pero es evidente que la diada se nos muestra de manera contraria; porque si dividimos un objeto que es uno surge inmediatamente el dos.

No afirmemos, por tanto, que dos es una reunión o una división, para venir al concepto relativo. El mismo razonamiento seguiremos para cualquier número, ya que cuando una relación produce una cosa resulta imposible que da contraria produzca también la misma cosa, siempre claro está que se trate de la relación. ¿Cuál será aquí la causa decisiva? Una cosa es una por la presencia del uno y es dos por la presencia de la diada. Otro tanto, decimos en estos casos: una cosa es blanca por la presencia de lo blanco, bella por la presencia de lo bello, justa por la presencia de lo justo; o bien no le concedemos el ser ni a lo bello ni a lo justo y vemos en ellos tan sólo el efecto de una relación, como si lo justo, por ejemplo, proviniese de tal o cual relación, y lo mismo lo bello, que surgiría de nuestras propias disposiciones, pero sin base alguna en el objeto que las provocase ni en nada extraño que se añadiese para que el objeto pareciese bello. Cuando se ve un objeto y se dice de él que es uno, puede decirse también con entera verdad que es grande, bello y mil otras cosas por el estilo. ¿Cómo, pues, no considerar el Uno del mismo modo que lo grande y la magnitud, o que lo dulce y lo amargo y las demás cualidades por el estilo? Porque no es posible que coloquemos la cualidad, cualquiera que sea, en la categoría de los seres, y no en cambio la cantidad continua ni la discontinua, aunque la cantidad continua se sirva de la discontinua para su medición. Si una cosa es realmente grande por la presencia de la magnitud, es también una, decimos, por la presencia del uno, dos por la presencia de la diada, y así en todos los casos sucesivos. El inquirir aquí cómo se produce la participación equivale a preguntarse por la participación común respecto a todas las formas. Pero habrá que decir que la década se aparece de una manera en las cosas discontinuas o continuas, y de otra en esa variedad de potencias que se reducen a la unidad. Es así cómo se asciende a la región de lo inteligible y cómo se llega a los números que no son percibidos en otras cosas sino que, ya en sí mismos, son los verdaderos números; esto es, a la década en sí, que no es una reunión de diez inteligibles.

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