Enéada VI, 6, 16 — Número substanciais e números monádicos

16. ¿Dónde colocaríais, podría preguntarse, estos números que pasan por ser los primeros y los verdaderos números? ¿Dónde, esto es, en qué género de seres? Parece que coinciden todos en colocarlos en la cantidad, y eso mismo es lo que vosotros hacéis al tratar de colocar en los seres lo discontinuo de manera análoga a lo continuo. Decís además que se habla aquí de los números primeros, pero que se dan también otros números que son los que sirven para contar. Aclaradnos, en verdad, cómo ponéis todo esto de acuerdo, porque encierra una gran dificultad. ¿Se dirá acaso que el uno que se da en las cosas sensibles es una cantidad, o que es una cantidad muchas veces repetida? ¿Será quizá principio de la cantidad, pero no la cantidad en sí misma? Si realmente es principio, ¿ofrecerá semejanza con la cantidad? Parece justo que aclaréis debidamente todo esto.

Diríamos entonces como comienzo a nuestra réplica que, cuando. . . (primeramente razonaremos con las cosas sensibles), cuando refiriéndoos a una cosa y luego a otra decís dos -por ejemplo, un perro y un hombre, o dos hombres-, o tomando más de dos habláis de diez hombres o de una decena de ellos, ese número no es una sustancia, y ni siquiera una sustancia sensible, sino una cantidad en sentido puro. Si dividís esta decena de unidades, considerándolas como partes de aquélla, lo que producís y planteáis es un principio de cantidad; porque estas unidades del número diez no constituyen realmente la unidad en sí. Pero cuando decís que el hombre en sí mismo es un cierto número, por ejemplo un dos, esto es animal y racional, no es ya del mismo modo como decís dos, sino que os abrís un camino y contáis dos cosas, haciendo de ellas una cantidad. Pero en tanto se den ahí dos cosas y cada una de ellas sea una unidad, una unidad que, desde luego, llena enteramente la esencia, es a otro número al que vosotros os referís, al número que consideramos como sustancial. La diada no es en manera alguna posterior ni dice solamente la cantidad fuera de cualquier otro aspecto de la cosa, sino que afirma lo que se da en la esencia e incluso lo que encierra la naturaleza de la cosa. Porque no producís el número por un recorrido de los seres que existen en sí y que no deben su existencia al hecho de que los enumeréis. Pues, ¿qué iría a ocurrir a la esencia de un hombre si vosotros lo enumeráis con otro hombre? No podremos admitir una unidad como la de un coro, ya que la decena de hombres de que hablamos sólo tiene unidad en el sujeto que la cuenta; en esa decena de hombres, que suponemos no ordenados en una unidad, ni siquera se da la decena; la formáis vosotros al proceder a la enumeración y haciendo del número diez una cantidad, en tanto que en un coro o en un ejército hay algo verdaderamente exterior. Pero, ¿cómo se da en el sujeto? Sin duda, porque se da en nosotros, antes de contar, un número interior; el otro número, que parece exterior por la referencia al número del sujeto, no es más que un acto de esos números y conforme a esos números. Se le engendra al contar y dándole en este acto categoría de cantidad, como, por ejemplo, en el acto de la marcha se otorga la existencia a un cierto movimiento.

¿De qué otra manera se da el número que existe en nosotros? Como un número de nuestra esencia. (Nuestra esencia) participa, dice (Platón), del número y de la armonía, y es a su vez número y armonía. Porque, dícese por alguno, no es un cuerpo ni una magnitud; el alma, pues, es un número, al ser una esencia. El número del cuerpo es una esencia, como el cuerpo mismo; y el del alma también es una esencia, al igual que las almas. Así acontece generalmente con los inteligibles. Y si el ser vivo en sí es todavía algo más, por ejemplo una tríada, esta tríada, interior al animal, es una tríada sustancial. En cuanto a la tríada que no es la del ser vivo o animal, sino la tríada del ser, la consideramos como principio de la esencia. Si procedéis a una enumeración como la de animal y bello, en cada ”una de estas cosas adviértese la unidad; engendráis en vosotros un número y pasáis al acto una cantidad, en este caso la diada. Sin embargo, si decís que la virtud es una tétrada, tenéis razón al decirlo en el sentido de que las partes de esta tétrada componen una unidad. Esa tétrada es como un objeto y a él conformáis la tétrada que se encierra en vosotros.

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