Enéada VI, 6, 17 — O número ilimitado

17. ¿Qué diremos, a todo esto, del número infinito? Porque las razones hasta ahora aducidas dan un límite al número. Y no caprichosamente, puesto que es un número. Pero lo infinito resulta incompatible con el número; ¿por qué, pues, hablaremos de “número infinito”? ¿Nos referiremos a él en el mismo sentido que a la línea (decimos realmente linea infinita, no porque exista esta línea sino porque es posible pensar una línea todavía más grande, en relación con la mayor que es el eje del universo) y hablaremos así del número? Cuando se conoce el número de un grupo, es posible doblar este número por medio del pensamiento y sin referirse para nada al grupo; porque, en otro caso, ¿cómo seríais capaces de atribuir a- los seres algo que sólo es una noción o representación en vosotros mismos? Diremos, ciertamente, que la línea infinita pertenece al mundo de los inteligibles, porque de otro modo sería una cantidad; y si verdaderamente es una línea sin cantidad, es por ello infinita en número. ¿Cabe otorgar otro sentido a lo que es infinito y no el de inagotable? ¿Qué sería entonces lo infinito? En la noción de la línea en sí no comprendemos para nada el límite; ¿cómo comprender, pues, la línea en sí y dónde encontrarla? Digamos que es posterior al número, dado que en ella se ve una unidad; pues es claro que partiendo de un punto se prolonga en una sola dimensión, para la cual no hay medida alguna posible. ¿Dónde se da, por tanto, la línea en sí? ¿La encontramos únicamente en el pensamiento definidor? Es realmente una cosa, pero una cosa inteligible. Y lo mismo ocurre con todos los inteligibles: son ellos en cierto modo las cosas que tienen realidad. Compruébase así dónde están y cómo son la superficie, lo sólido y todas las demás figuras, porque nosotros no imaginamos en absoluto las figuras. Aduzcamos como prueba la figura del universo, que existe antes que nosotros, y todas las demás figuras naturales que se dan en los seres de la naturaleza. También estas figuras existirán necesariamente antes que los cuerpos, como algo inteligible y sin forma, como verdaderas figuras primeras. Porque ellas no tienen formas en otros, sino que pertenecen a sí mismas y no necesitan extenderse. Las cosas que se extienden pertenecen realmente a algo distinto. En el ser se da siempre una figura única; su división es en el Animal en sí y antes que en el animal (en la Inteligencia). Pero digo que se divide, y no que se haga más grande; cada figura se otorga a cada inteligible, como por ejemplo al animal; y se conceden también a los cuerpos inteligibles, tal como al fuego, si se quiere, al que se da la pirámide inteligible; de ahí el que el fuego de aquí quiera imitarlo, aunque no pueda conseguirlo por causa de la materia. Así acontece, análogamente, con todo lo demás, de lo que se habla en relación con el mundo inteligible. ¿Pero las figuras se dan en el Animal en sí? No, primeramente se dan en la Inteligencia. Pero también, desde luego, en Aquél, pl cual, sí contuviese a la Inteligencia, las abarcaría primero en sí. Admitamos que las figuras se den primero en la Inteligencia, dado que la Inteligencia es también (primera) en la ordenación. (Y hay otra razón.) Puesto que en el animal perfecto se encuentran ya las almas, la Inteligencia se dará con anterioridad. (Platón) dice: “Todo lo que ve la Inteligencia lo ve en el animal perfecto”; si, pues, lo ve, será posterior. Siempre, claro está, que la palabra ‘Ve” no signifique que el Animal llega a la existencia en esta visión. Pero en el mundo inteligible todo es uno y no se da distinción alguna; tan sólo podría decirse que el pensamiento abarca la esfera total, en tanto el Animal se reduce a la esfera del animal.

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