Enéada VI, 6, 6 — O número como existindo em si

6. Pero si se da fuera de los objetos un uno en sí y una década en sí y si los objetos inteligibles poseen además de su ser característico la condición de unidades, o de diadas, o de tríadas, ¿cuál será la naturaleza de los números y cómo estará constituida? Conviene, claro es, que pensemos su producción de una manera racional.

Hemos de estimar ante todo que la esencia de las formas no toma realidad por el hecho de que un ser que piensa la haya concebido; porque es indudable que con este acto la existencia queda ya dada. Mas, no es por pensar en lo que es la justicia como se origina la justicia; de igual manera que no por pensar en lo que es el movimiento viene a la existencia el movimiento mismo. Porque, de ser así, el pensamiento del objeto sería posterior al objeto pensado y aun habría que considerarlo como anterior si existe por el hecho de que se lo piense. Absurdo parecería que la justicia no fuese otra cosa que su definición, puestos aquí en parangón la justicia y el pensamiento de ella; ya que, el pensar la justicia o el movimiento, ¿qué otra cosa es sino aprehenderlos en su ser o, lo que es igual, por lo menos en esta hipótesis, tomar razón de algo que carece de realidad? Esto último, verdaderamente, parece imposible. Si se arguyese que, en lo que concierne a los seres sin materia, la ciencia es lo mismo que el objeto, sería conveniente comprender esto no como si la ciencia fuese el objeto y otro tanto la razón que lo contempla, sino como si, en sentido inverso, el objeto sin materia fuese un inteligible y un pensamiento; no, desde luego, cual si se tratase de una definición o representación, sino como sí, estando el objeto mismo en lo inteligible, no fuese otra cosa que inteligencia y ciencia. No es ya la ciencia por sí misma, sino el objeto inteligible el que hace que la ciencia pierda su inestabilidad, al convertirla en verdadera ciencia, de ciencia material que era. De hecho, esa ciencia no es ya una imagen del objeto, sino el objeto mismo. No es por tanto el pensamiento del movimiento el que produce el pensamiento; pero, añadamos, de tal modo que se convierte a la vez en movimiento y pensamiento. Porque el movimiento inteligible no es otra cosa que el pensamiento del movimiento, y es además el movimiento en sí por su carácter de movimiento primero.

No hay, desde luego, ningún otro movimiento anterior a éste. Lo llamaremos movimiento esencial porque no se da accidentalmente en ningún sujeto; es acto de un ser que está en acto y se mueve, esto es, que constituye una esencia. Sin embargo, la idea que de él tenemos difiere de la del ser. Así también la justicia no es el pensamiento de la justicia, sino una disposición de la inteligencia, o mejor todavía un acto de ella, porque el rostro de la justicia encierra la verdadera belleza. No la igualan en hermosura ni la estrella de la mañana y, en modo alguno, las cosas sensibles que aquí vemos. Comparémosla a una estatua dotada de inteligencia, que se erige y se muestra por sí misma, y mejor aún que tiene su ser en sí misma.