7. Así, en absoluto, conviene pensar los objetos inteligibles en una (naturaleza) única, de tal modo que una sola naturaleza los posea y los abarque a todos. No hay separación entre ellos, como ocurre en el mundo sensible donde vemos al sol en un lugar y a otra cosa en otro; todo se da a la vez en uno1. Pero ésa es precisamente la naturaleza de la inteligencia. Y la imitan el alma y lo que nosotros llamamos naturaleza. Según ella, y también según la naturaleza, son engendradas todas las cosas, que ocupan lugares diferentes aunque ella permanezca en sí misma.
Sin embargo, el hecho de que todos los seres existan juntamente no es obstáculo para su separación. La inteligencia que los posee los ve realmente en sí misma y en su esencia; y no diremos ya que los ve sino que los posee, sin que medie separación alguna; porque la separación se dará luego y para siempre. Damos fe de ello a cuantos se admiran de esta especie de participación, pues la grandeza y la belleza de la inteligencia quedan probadas por el amor que el alma siente hacia ella, lo mismo que el amor de los otros seres hacia el alma. En su posesión, el alma la imita de alguna manera.
Extraño sería de todo punto que existiese un ser vivo hermoso sin que se diese un ser vivo en sí, dotado de una belleza extraordinaria e indecible. Se trata aquí del ser vivo total, que comprende a todos los demás, o mejor que los contiene a todos en sí y que, sin dejar de ser uno, es también todos ellos. Igual ocurre con el ser universal, que es todo lo visible y encierra a la vez todas las cosas que se dan en lo visible.