Enéada VI, 7, 13 — A unidade do inteligível admite a multiplicidade das formas

13. Ni el alma ni la inteligencia que provienen de aquí son seres simples. Toda la variedad de las cosas se da en ellas, pero solamente en cuanto esas mismas cosas conserven su simplicidad y no ofrezcan composición, cual si se tratase de un principio o de un acto. El acto del ser que ocupa el último lugar en el mundo inteligible es un acto simple, mientras que el acto del ser que ocupa el primer lugar es todos los actos. La inteligencia que se mueve no varía nunca su movimiento y se muestra siempre semejante a sí misma; pero, sin embargo, no puede hablarse de una inteligencia idéntica y una en sus partes, sino de un todo, puesto que cada una de sus partes no es a la vez una sino que puede hacerse divisible hasta el infinito.

Podríamos hablar ahora de dónde proviene este movimiento e incluso señalar a dónde tiende; pero, de lo que está intermedio, ¿lo juzgaríamos como una línea, o como un cuerpo formado de partes semejantes y carente de variedad? Entonces, claro está, ¿dónde dejaríamos su carácter venerable? Porque si no presenta ninguna diferencia y ninguna alteridad le despierta a la vida, no puede pensarse en un acto de la inteligencia; nada, habría, pues, que distinguiese este estado del estado de inactividad. Con un mola miento de esta naturaleza, la inteligencia tendría una sola vida, pero no toda Ja vida; ya que conviene que todo en ella y en todas partes esté dotado de vida y que la vida a nada falte. Por tanto, esa inteligencia deberá moverse en todas direcciones y cumplir sus movimientos de este mismo modo. Si fuese algo simple lo que se moviese, contendría únicamente este término; por consiguiente, o no avanza hacia nada, o, si avanza, alguna otra cosa permanece inmóvil. De manera que hay que contar con dos términos: y si uno y otro son el mismo, la unidad permanece y no se da entonces procesión alguna; pero si son diferentes, el avance se produce en virtud de esta diferencia y así, al proceder de lo uno a lo otro, se da origen a un tercer término. Este tercer término, proveniente de lo mismo y lo otro, tiene una naturaleza que retiene la mísmidad y la alteridad. Y entiéndase, desde luego, que hablo de lo otro de una manera general y no particular, y ése es el sentido que también doy a lo mismo. Pero si se produce, de una manera general, esa identificación de lo mismo y lo otro, no queda ya nada que pueda faltar a los otros seres particulares. Tendrá como naturaleza el extenderse a todo para hacerlo otro. En cambio, si todos los demás seres fuesen anteriores al ser universal, éste sufriría la influencia de aquéllos. No se da realmente esta anterioridad, sino que el ser universal engendra a los demás seres o, mejor todavía, él es todos los seres.

Concluyamos, pues, que no es posible que existan los seres si no se da una actuación de la inteligencia. Con este acto, la inteligencia produce siempre los seres de manera sucesiva, no de otro modo que si llevase a término su curso errante pero sin salir a la vez de sí misma. Pues la inteligencia realiza como algo natural el recorrerse a sí misma y cumple su carrera en compañía de las esencias que la acompañan. Ahora bien, como ella se encuentra en todas partes, esa carrera es una permanencia; es una carrera que tiene lugar en la “llanura de la verdad” de la que no sale la inteligencia. La inteligencia la ocupa por entero y hace de ella algo así como un lugar para su movimiento; con todo, el lugar mismo no es diferente de la inteligencia.

Esta llanura es realmente variada en razón de su recorrido; si no fuese en su totalidad y siempre variable, la inteligencia se detendría; pero si se detiene, entonces no piensa; esto es, una vez detenida, deja ya de pensar, con lo cual abocamos a su término. Digamos, pues, que la inteligencia es pensamiento, y es un pensamiento con movimiento universal que llena la esencia universal. La esencia universal es a la vez un pensamiento universal que envuelve la vida toda. Después de un ser, siempre se produce otro en su pensamiento, porque lo mismo y lo otro no tienen diferencia en este ser; con su división constante está manifestándose ya otro ser. La marcha de la inteligencia se desarrolla toda ella a través de la vida y de los seres vivos, y podremos imaginarla como la marcha de alguien que recorre todos los lugares de la tierra y encuentra solamente tierra en este recorrido, no obstante la diferencia de un lugar a otro. En el mundo inteligible lo que la inteligencia recorre es siempre la vida, una vida que se muestra siempre diferente y nunca la misma. Sin embargo, a través de todas estas vidas se mantiene el recorrido de la inteligencia, que no cambia, sino que permanece idéntica a pesar de las diferencias apuntadas. Porque es claro que si la inteligencia no se conservase idéntica a través de los seres diferentes, la tendríamos que pensar como totalmente desocupada, sin ningún poder, ni siquiera en acto.

Por tanto, la inteligencia es todos los demás seres, de manera que se presenta como algo universal. Porque es evidente que si es inteligencia, es algo universal; y si no es algo universal, tampoco será inteligencia. Si la inteligencia es, pues, universal, porque encierra todas las cosas, y si ella no contiene nada que no contribuya al todo, nada hay tampoco en ella que no sea diferente, para formar así, con su alteridad, el ser total de que hablamos. Porque si no se manifestase diferencia entre las cosas, y si hubiese realmente identidad, ello equivaldría a disminuir la propia esencia sin contribuir para nada a la perfección de la naturaleza común.

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