16. Es preciso que no permanezcamos en esta belleza múltiple; habrá que salir de este lugar, dar un salto de él y dejarle. Nuestra admiración nos llevará a preguntarnos: ¿quién engendró y cómo lo engendró, no este cielo sensible, sino el cielo inteligible? Cada una de las formas que sedan en él tiene su carácter propio y su sello especial; tiene algo común, que es como la forma del Bien que se impone a todas las formas. El ser es también común a todas las formas, que contienen asimismo a cada uno de los animales e incluso la vida común a todas ellas. Y posiblemente aún tendrán otras cosas comunes.
Mas fijémonos tan sólo en el carácter de buenas que se atribuye a estas formas; ¿por qué lo son?, podríamos preguntarnos. Para esta consideración quizá convenga comenzar por aquí: cuando la Inteligencia mira hacia el Bien, ¿piensa acaso el Uno como una multiplicidad y efectúa ella misma esa división por su propia incapacidad para pensarlo a la vez todo entero? Mas no podemos concebirla todavía como inteligencia cuando mira hacia el Bien, ni su visión tendrá igualmente carácter intelectual. Diremos mejor que no lo ve de ningún modo, sino que vive orientada hacia el Bien, suspendida y vuelta hacia El. El movimiento pleno de la Inteligencia la lleva hacia el Bien y la sacia de El; y este movimiento, entonces, ya no es sólo movimiento a secas, sino movimiento mejor saciado y pleno. Todo ha sido engendrado sucesivamente y ello lo conoce la inteligencia en un movimiento consciente de sí misma que la hace propiamente Inteligencia. Es inteligencia plena, justamente porque posee lo que ve; pues ve los seres con la luz del que da el ser y su sustento. De ahí que se diga que el Bien no sólo es la causa de la esencia, sino la causa por la que se ve la esencia1. Y al modo como el sol es la causa por la que son vistas y engendradas las cosas sensibles, sin que él sea por eso ni esta visión ni las cosas engendradas, así también el Bien es la causa de la esencia y de la inteligencia y es asimismo la luz que se corresponde con los objetos inteligibles y con la inteligencia que los ve. Pero no es por ello ni esos seres ni la inteligencia misma; es causa de esos seres y les procura el pensamiento por la luz que extiende hacia ellos y hacia la inteligencia. La inteligencia tiene su origen en su plenitud, esto es, existe como inteligencia plena; juntamente con su plenitud se da su visión. El principio de la Inteligencia no es otro que el Bien, que ya existe antes de que ella alcance su plenitud. Ese principio difiere de la Inteligencia, y es como algo exterior y que la llena; de él recibe la Inteligencia, en su estado de plenitud, una especie de sello característico.
Cf. La República, 509 a-b. Sócrates aduce que “el Bien proporciona a los objetos inteligibles el ser y la esencia. Pero el Bien no es la esencia sino algo que está por encima de ella en cuanto a preeminencia y poder”. La ciencia y la verdad, en el razonamiento platónico, se parecen al Bien, pero sin llegar a ser el Bien mismo. El Bien y el sol son como dos reyes, “señor el uno del mundo inteligible y el otro del mundo visible”. El sol, aquí, “procura la facultad de ver los objetos, pero también la generación, el crecimiento y el alimento. Y eso sin que podamos identificarle con la generación”. ↩