Enéada VI, 7, 18 — O Intelecto e as formas provêm do Bem

18. ¿Cómo hablar de la forma del Bien en los seres que se dan en la Inteligencia? ¿Poseen esa forma en tanto que ya son una forma o en tanto que son bellos? ¿Cómo explicar esto? Afirmemos que todo lo que proviene del Bien contiene una huella y una impronta suyas, originarias del Bien, cual ocurre con el fuego y con lo dulce que dejan una huella de sí. La vida misma de la Inteligencia es debida al acto del Bien. La Inteligencia existe por El y lo mismo la belleza de las formas e incluso todo lo que posee la forma del Bien, como la vida, la inteligencia y la idea. Mas, ¿qué encontramos de común en todo esto? No basta para la identidad de todas estas cosas el hecho de que provengan del Bien; convendrá que algo común exista en ellas, esto es, que puedan tener su origen en un mismo principio sin ser por ello idénticas, o que el ser que les da la vida se haga diferente en los seres que la reciben. Hay diferencia entre lo que ha sido dado para el cumplimiento del primer acto y lo que ha sido dado a este acto mismo; y la hay también en relación con lo que se añade a este acto. Nada impide que cada una de estas tres cosas tenga la forma del Bien, pero dejando a salvo su alteridad. ¿Bajo qué razón tienen la forma del Bien? Para contestar a esto, habremos de preguntarnos necesariamente: ¿es ya la vida como tal un bien, considerada en su simplicidad y en su primitiva desnudez? ¿O es un bien tan sólo la vida que proviene del Bien, una vida que está determinada por algo diferente de ella? Pero, ¿qué es realmente esta vida? ¿Acaso la vida del Bien? No le pertenece, desde luego, sino que sale de El. Mas, precisamente porque en esta vida hay algo que proviene del Bien y porque es ella al fin la vida esencial y nada indigno puede añadírsele, hemos de decir que la vida es buena considerada como tal vida. Otro tanto deberá decirse de la primera y verdadera Inteligencia, y es claro además que cada idea es buena y tiene la forma del Bien; mejor aún, cada idea posee un determinado bien que resulta común a todos aunque se presente diferente en cada una, y esto explica que se dé un bien de primer orden para una cosa y un bien de segundo orden para la que sigue.

Como ya damos por cierto el que cada ser salido del Bien posee el bien sustancialmente, lo cual justifica su bondad (porque la vida en sí misma no es un bien, sino la vida verdadera que sale del Bien, e igualmente la Inteligencia real), convendrá considerar ahora lo que de idéntico encierran los seres. No cabe duda que existen diferencias entre los seres, y así, cuando se afirma de ellos un mismo atributo, nada impide que se dé en la sustancia de estos mismos seres. Sin embargo, podremos tomarlo aisladamente en el pensamiento al modo como aislamos el atributo animal de los sujetos hombre y caballo, o el atributo cálido del fuego y del agua; esto es, en un caso como atributo primario y en otro como atributo secundario. Y pudiera ocurrir incluso que el bien se diga por homonimía de cada uno de los seres.

¿Conviene, pues, atribuir el bien a la esencia de los seres? Cada uno de los seres es bueno en su totalidad, pero el bien no se manifiesta en ellos de una misma manera. ¿Cómo resolver la cuestión? Porque si afirmamos ahora que cada uno de los seres posee una parte del bien, tendríamos que negar la indivisibilidad del Bien. Y el Bien es, por lo pronto, una unidad; una unidad que cada ser poseerá a su modo. Dado que el acto primero es un bien, también lo será el límite impuesto a este acto y, naturalmente, la unión de ambos. El acto primero es un bien porque debe su origen al Bien, y lo es el límite por tratarse de un orden que sale del Bien; la unión de ambos por estas mismas razones.

Nada idéntico proviene del Bien, cual ocurre con los actos de una misma persona como la voz, la marcha y muchas otras cosas, todas ellas rectamente ejecutadas. Admitido todo ello para este mundo, en el que dominan el orden y el ritmo; pero, ¿qué acontecerá en el mundo inteligible? Di ríase, por ejemplo, que en este mundo las cosas tienen una belleza exterior, originada por el orden establecido entre cosas que son ya diferentes, pero que en el mundo inteligible las cosas son buenas en sí mismas. Mas, ¿por qué son buenas? No vamos a contentarnos ahora con decir que porque provienen del Bien; pues si este título de proveniencia concede honor a los seres, no basta en cambio para dar razón de su bondad.

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