Enéada VI, 7, 2 — Raciocínio, inteligível e formas

2. Bajo estas premisas podremos llegar a comprender también la naturaleza de la inteligencia. Pero si vemos a ésta mucho mejor que cualquier otra cosa, no percibimos en cambio cuál es realmente su magnitud. Damos por cierto que la inteligencia aprehende la cosa misma, pero no lo que da razón de ella; y, caso de admitirlo, estimamos que aprehende la cosa y su razón separadamente. Para tomar un ejemplo, vemos al hombre y a su ojo como si se tratase de una estatua y del ojo de una estatua. Pero el hombre inteligible es, a la vez que hombre, una razón de ese hombre; y convendrá que, tanto el hombre inteligible como su ojo, tengan una naturaleza intelectual y sean razones de ser (pues no existirían totalmente, si no fuesen razones de ser). En este mundo, sin embargo, cada una de las partes del ser está separada, y lo mismo acontece con la razón de ser. En el mundo inteligible, en cambio, todo se encuentra en la unidad, de modo que la cosa se aparece idéntica a su razón de ser. (Muchas veces, incluso, ocurre aquí lo mismo, como cuando (Aristóteles) identifica el eclipse y su razón de ser.) ¿Qué impide, pues, que en los demás casos acontezca otro tanto y que cada ser sea también una razón de ser, y que ser una razón de ser constituya su esencia? Aun más, diremos, se trata de una necesidad; y esta necesidad se hace manifiesta en mayor grado a los que intentan comprender la esencia de un ser. Porque cada cosa es lo que es, precisamente por su esencia. No digo con ello que la forma sea para cada ser la causa de su ser (y esto, por lo demás, también es verdad), sino que, si se desarrolla cada forma en su relación consigo misma, se encontrará en ella la razón de su ser. Porque, si una forma tuviese una vida ociosa, no tendría ya del todo en sí misma su razón de ser; mas, tratándose de una forma que pertenece a la inteligencia, ¿de dónde, si no de sí misma, tomaría su razón de ser? Pues si se arguyese que de la inteligencia, contestaríamos que no está separada de eíía y que ella misma es inteligencia. Por tanto, si ha de poseer todo aquello de lo que no carece ninguna inteligencia, no ha de faltarle asimismo su propia razón de ser.

La Inteligencia posee su razón y lo mismo los seres que se dan en ella. Pero estos seres que se dan en ella tienen ya en sí mismos, desde que realmente son, la causa de su existencia; de modo que no hay necesidad alguna de preguntar por su esencia. Y puesto que además no han sido engendrados por azar, no les falta tampoco su razón de ser; lo poseen todo y, a la vez, la perfección misma de la causa. Pero poseen igualmente su razón de ser, ya que prodigan sus donaciones a los seres que participan de ellos. Así pues, de la misma forma que en este universo compuesto de muchas partes todas las cosas se enlazan unas con otras y en la totalidad se comprende la razón de cada ser, de la misma forma que en cada cosa la parte es considerada en su relación con el todo, no como si cada una naciese sucesivamente sino como constituyendo a la vez relativamente a las otras una causa y un efecto, de la misma forma también todas las partes del mundo inteligible tendrán que referirse a la totalidad y cada una de ellas a sí misma. Por tanto, si ha de admitirse necesariamente la coexistencia de todas ellas, que nada deberán al azar, si incluso no ba de darse separación alguna, es claro que los efectos tendrán las causas en sí mismos. Cada ser inteligible carecerá, pues, de causa, puesto que ya la tiene en sí mismo. Y si no tiene causa para su ser y es, como vemos, autárquico y ser separado de los demás, entonces encerrará su causa en sí mismo y la llevará consigo mismo.

Mas, como en el mundo inteligible nada se da en vano, como en cada uno de los inteligibles se ofrece todo lo que contiene el mundo, podrá afirmarse sin lugar a dudas la razón de ser de cada uno de ellos. En esa región inteligible la razón de ser se presentará como anterior o, mejor aún, como simultánea al ser; habrá una identidad entre la razón y la manera de ser. Porque, ¿qué tendría de extraordinario la inteligencia si un pensamiento de ella no pudiese concretarse en una producción perfecta’? De existir esa perfección, no cabe ya preguntarse por los defectos del ser ni por su inexistencia. Si existe, podremos dar razón de su existencia, pues en su existencia se encierra su razón de ser; razón de ser que se da en cada uno de los pensamientos y de los actos de la inteligencia. Tomemos el ejemplo del hombre: el hombre inteligible que se presenta reunído en sí mismo y teniendo ya desde el principio todas sus propiedades, dispone de una realidad completa. Si no fuese así, si realmente conviniese añadirle algo, entonces pertenecería al orden de lo que es engendrado. Pero es desde siempre, de manera que es un ser completo. El hombre engendrado es el ser que llega a ser hombre.

,