Enéada VI, 7, 26 — O Bem não é objeto de desejo porque é uma fonte de prazer

26. Un ser capaz de sentir y de acercarse hasta el Bien, conoce realmente el Bien y dirá que lo posee. Pero, ¿y si se engañar Convendrá, sin duda, que sea una imagen del Bien la que le engaña. Si esta imagen es real, existirá el Bien como un modelo que permite el engaño, y cuando el Bien sobrevenga, será ese mismo ser el que se aleja de lo que le engaña. El deseo de cada ser y el sufrimiento que experimenta testimonian que existe un bien para él. En los seres inanimados, su bien proviene de otro ser, mas en el ser animado es un deseo el que le hace ir en busca del bien. Tenemos el caso de los muertos, que reciben de los seres vivos cuidados y honores fúnebres; en cambio los seres vivos han de proveer a sus propias necesidades.

Admitimos que se alcanza el Bien cuando se experimenta algo mejor, desaparece el pesar y nos sentimos llenos de Aquél. Entonces permanecemos cerca del Bien sin aspirar ya a otra cosa. Por ello el placer no se basta a sí mismo y no encuentra satisfacción con el mismo objeto, porque un mismo objeto no reproduce el placer y se necesita siempre acudir a otro objeto. Decimos del Bien que uno escoge que no es una afección cualquiera con un punto de mira cualquiera; de ahí la vaciedad en que permanece el que toma esa afección por el Bien, afección que en otro resultará del Bien. Es explicable, pues, que no pueda experimentarse la afección de algo que no se posee, cual ocurre por ejemplo con el placer de la presencia del hijo, si éste se halla realmente ausente. Y si se hace consistir el bien en el hecho de llenar el vientre, no creo que pueda gozarse del alimento si no se come, ni gozar de los placeres amorosos sin unirse a la mujer que se desea o, en general, sin hacer cosa alguna.

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