Enéada VI, 7, 28 — Pode haver um bem para a matéria?

28. Consideremos ahora lo que se deduce de nuestro razonamiento. Si el bien que sobreviene a un ser es en todas partes una forma, y si el bien para la materia consiste en recibir esta forma, ¿hemos de creer que de tener la materia algún deseo, necesariamente querría ser forma? Si esto fuese así, es claro que anhelaría su perdición, porque todo ser busca su propio bien. Quizá no trate ella de ser materia, sino simplemente ser; y en este caso, lo que quiere por la posesión de la forma es alejar de sí el mal. Mas, aun así, ¿cómo el mal podría tener el deseo del Bien? Ciertamente, no contamos con deseos en la materia y suponemos tan sólo en ella la sensación; y aun en tal caso, siempre que sea posible concedérselo sin privarla de su naturaleza material. Cuando la forma llega a la materia, cual si se tratase de un sueño del bien, queda colocada en un rango más alto. Si el mal es la materia, nada hay que objetar; pero si es otra cosa, como por ejemplo, el vicio, que pudiese tomar conciencia de sí, ¿no pensaríamos en verdad que es para él un bien esa inclinación suya hacia lo mejor? No es entonces el vicio el que verifica la elección, sino el sujeto viciado. Mas, si su ser se identifica con el mal, ¿cómo puede escoger el Bien? ¿Acaso podría el mal complacerse consigo mismo, si tuviese conciencia de su propio ser? ¿Cómo querríamos que fuese amado lo que no es deseado? Porque es claro que no ponemos el bien de un ser en lo que le es propio; de eso ya se ha tratado anteriormente. Si, pues, en cualquier caso que consideremos, el Bien se identifica con la forma, y si la forma lo es en un grado mayor cuanto más nos dirigimos hacia lo alto (porque el alma es más forma que la forma del cuerpo, y en ella hay una forma que Ja supera y otra todavía más alta que ésta, pues la inteligencia, por ejemplo, está por encima del alma), el Bien avanza en sentido contrario a la materia, como dándola de lado y despojándose de ella. En la medida de lo posible, eso hace cada ser, tendiendo siempre hacia lo más privado de la materia. Porque la naturaleza del Bien se aleja de toda materia, y mejor aún, no se ha encontrado nunca cerca de ella. Su refugio se encuentra en lo alto, en una realidad sin forma de la que proviene la forma primera. Pero volveremos sobre esto más adelante.