Enéada VI, 7, 41 — O Ato de Pensar

41. Pues, al parecer, el pensamiento es una especie de auxilio que se otorga a naturalezas que son divinas pero de calidad inferior; estas naturalezas por sí mismas serían ciegas. Ahora bien, nos preguntamos, ¿qué necesidad tiene el ojo de ver si él es ya la luz misma? El ser que utiliza los ojos busca la luz porque, por sí mismo, se ve encerrado entre tinieblas. Si el pensamiento es algo así como una luz, y si la luz no busca la luz, es claro que ese resplandor que no busca la luz no trataría asimismo de pensar ni se añadiría al pensamiento. Porque, ¿qué podría hacerle esta inteligencia, qué podría darle sí ni ella misma se basta para pensar? El Bien no tiene conciencia de sí mismo (pues para nada necesita de este sentimiento); no hay en él dos cosas o incluso más de dos cosas, esto es: la inteligencia, el pensamiento (de ningún modo hemos de confundirlos) y, en tercer lugar, el objeto pensado del que también hay necesidad. Si son lo mismo la inteligencia, el pensamiento y lo inteligible es por haber llegado todos a la unidad luego de haberse borrado unos en otros; y a la vez si eran descomponibles no podían constituir el Bien.

Habrá que dejar a un lado todo lo demás cuando se alcanza esa naturaleza superior que de ningún auxilio tiene necesidad. El añadirle alguna cosa es en realidad disminuirla, ya que esa naturaleza no necesita de nada. Digamos que para nosotros el pensamiento es una cosa hermosa, porque el alma debe poseer la Inteligencia. Y lo es igualmente para la Inteligencia, puesto que el ser y la inteligencia son una misma cosa y es el pensamiento el que le ha hecho ser. Conviene, pues, que la inteligencia esté unida al pensamiento y que, a la vez, se conozca siempre a sí misma; esto es, que sepa lo que es y que inteligencia y pensamiento son una sola cosa. Si sólo fuese una unidad, tendría suficiente con lo que ella es, y para nada necesitaría del conocimiento.

Cuando mentamos el precepto “conócete a ti mismo” nos referimos realmente a los seres que son múltiples y que, por esto mismo, se toman el trabajo de enumerar sus partes para llegar a conocer cuántas son y lo que son; ciertamente, no saben todo lo que debieran saber de sí o incluso no saben nada, pues desconocen cuál es su parte dominante y aquello por lo que son lo que son. Aun suponiendo que el Bien fuese algo para sí, sería en verdad algo grande para pensarse, conocerse y tener conciencia de sí; digamos mejor que no es nada para sí mismo. Nada introduce en si, dado que se basta a sí mismo. Y no es siquiera un bien para sí sino para los demás. Todos los demás seres tienen necesidad de El, pero El, en cambio, no tiene necesidad de sí mismo. Ridículo sería esto, porque supondría una insuficiencia del Bien consigo mismo.

No digamos igualmente que el Bien se contempla a sí mismo, porque entonces de esta contemplación habría de surgir algo en el Bien. Todas estas cosas son cedidas por el Bien a los seres que le siguen, y puede suponerse con fundamento que nada de lo que aparece unido a esos seres, y ni siquiera su esencia, se aparece como presente al Bien. No ha de atribuiírsele, por tanto, el pensamiento, ya que en ese caso también poseería la esencia, y sabido es además que el pensamiento primero y el ser en su sentido propio se dan ambos a la vez. Por ello podría decirse que no hay en el Bien ni razón, ni sensación, ni ciencia, pues no existe nada que pueda atribuírsele como presente.

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