Enéada VI, 7, 42 — A hierarquia do real

42. Así, pues, cuando os surja alguna dificultad en esta cuestión y cuando os preguntéis dónde conviene colocar esas realidades a las que os conduce el pensamiento, dejadlas que recaigan en los seres de segundo rango que estimáis venerables y no atribuyáis al Ser Primero cosas que van bien con los seres que le siguen, como tampoco a los seres de segundo rango cosas que correspondan a los del tercero. Lo que deberá hacerse es colocar los seres de tercer rango alrededor de los de segundo rango. Y así dejaréis a cada ser en su lugar y suspenderéis las cosas posteriores de las primeras, no de otro modo que si aquéllas hubiesen de dar vueltas alrededor de las que permanecen en sí mismas. Por lo cual dice (Platón) justamente que “todas las cosas giran alrededor del rey de todo y existen por él”1.

Y al decir “todas las cosas” quiere hacerse referencia a todos los seres, lo mismo que cuando se dice “por él” se habla de una causa, puesto que los seres tienden hacía Aquel que es distinto de todos ellos y que nada tiene de lo que ellos mismos tienen. Y éstos ya no serían ciertamente todos los seres si en Aquél estuviese presente algo de lo que ellos poseen. Por tanto, si la Inteligencia es alguno de estos seres, Aquél no posee la Inteligencia. Cuando dice (Platón) que es la causa de todas las cosas hermosas, hace que lo bello se aparezca en las ideas y lo coloca por encima de toda belleza. Al colocar las cosas hermosas en el segundo rango, da a entender que las que vienen después, esto es, las del tercer rango están suspendidas de aquéllas. Es claro, por otra parte, que coloca alrededor de las cosas del tercer rango las que provienen realmente de él, y es así como pone el mundo en un alma.

Digamos, por tanto, que el alma está suspendida de la Inteligencia y la Inteligencia del Bien. Todo queda, pues, referido al Bien aunque por términos intermedios que, o le están próximos, o son vecinos de los que le están próximos. A la distancia mayor nos encontramos con las cosas sensibles, que están adheridas al alma.


  1. Cartas, 312 e. 

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