Enéada VI,8,10 — Sequência da refutação do advir acidental do Bem

Capítulo 10: Sequência da refutação do advir acidental do Bem
1-21: Raciocínio pela causalidade: como o que é causa do Intelecto, da razão e da ordem poderia existir por acaso?
21-25: Retomada da objeção: o Bem se existe de maneira necessária não poder ser livre e mestre de sua própria realidade
25-38: Resposta: a superabundância de poder do Bem o torna superior a toda necessidade.


10. Convendría preguntar al que dice que el Bien es como es por accidente: ¿y cómo juzgaría, si los hubiese, que algunos hechos accidentales son engañosos? ¿Cómo sería capaz de negar el carácter accidental? Posiblemente respondería que cuando se da una cierta naturaleza se prescinde de la noción de accidente. Mas si atribuye al azar la naturaleza que desecha los accidentes, ¿cómo entonces podría decir que no todo proviene del azar? El principio de que hablamos es ciertamente el que elimina el azar y da a las cosas su especie, su límite y su forma; y no es posible así atribuir al azar un encadenamiento de hechos según la razón; no es posible, decimos, porque el azar podrá darse, mas no en el encadenamiento de las causas primeras sino en su casual conjunción. ¿Habría motivo acaso para atribuir al azar el principio de toda razón, de todo orden y de toda determinación? ¿Cómo se haría provenir de él este principio? Es claro indudablemente que el azar es señor de muchas cosas, pero, con todo, no tiene poder para engendrar la Inteligencia, la razón y el orden. Y si se estima que el azar es contrario a la razón, ¿cómo realmente podría engendrarla?

De ahí que si el azar no engendra la Inteligencia, no deba engendrar igualmente lo que precede y supera a la inteligencia. En verdad que no tendría con qué engendrarla y, en manera alguna, podría ocupar un sitio entre los seres que llamamos eternos. Nos encontramos, pues, con un principio sin nada anterior, verdaderamente primero; aquí convendrá que nos detengamos, pero no ya para hacer más consideraciones en torno a él, sino para averiguar cómo han sido engendrados los seres que le siguen, sin atender para nada al origen de su principio que, ciertamente, no ha pasado en absoluto por esa prueba.

Pero, ¿podemos entonces considerarle como señor de su propia esencia, si precisamente no ha sido engendrado y se ofrece tal cual es? Porque si no ejerce dominio sobre sí mismo y usa de su ser tal como es, necesariamente tendrá que ser lo que es y no desde luego otra cosa. Y no es así porque no haya podido ser otra cosa, sino por ser ya perfecto siendo tal cual es. Pues si no posee plena libertad para llegar a ser mejor, tampoco hay nada que le impida el hacerse peor. Si no cae en esta situación, se lo deberá naturalmente a sí mismo y no a impedimento alguno, que no tendría en él razón de ser. El que no pueda acercarse hacía el mal no indica señal de impotencia en quien no se dirige a él, pues es por sí mismo y por ser sí mismo por lo que no toma ese camino.

Digamos, en efecto, que se da una sobreabundancia de potencia en el ser que no se orienta a otro ser diferente de sí. No hay para él necesidad que se lo impida, dado que él mismo es la necesidad y la ley de los demás seres. Pero, ¿es que la necesidad se dio a sí misma la existencia? Ciertamente, no deberá decirse que existe, sino que son las otras cosas las que existen después de aquel principia y en virtud de aquel principio. Porque, ¿cómo iba a recibir la existencia de otro ser o de sí mismo lo que justamente precede a toda existencia?