Enéada VI,8,14 — Refutação da existência contingente do Bem

Capítulo 14: Refutação da existência contingente do Bem; introdução da determinação do Bem como “causa de si”
1-14: Se a essência do homem existe de maneira necessária, como o Bem que produziu esta essência poderia existir por acaso?
14-42: Reflexão sobre a causalidade: se cada ser possui nele mesmo sua própria causa, o Bem será a fortiori causa dele mesmo.


14. Y aún convendrá plantear las cosas de esta manera: lo que nosotros entendemos por ser es, o bien idéntico a sí mismo, o bien diferente de si. Tomamos el ejemplo del hombre y vemos que difiere de su esencia, que es la humanidad, aunque verdaderamente participe de ella. En cuanto al alma, se considerará idéntica a su esencia si es de hecho un ser simple que no dice relación a otra cosa1. El hombre, visto en sí mismo, también sería idéntico a la humanidad. Se concibe la diferencia parando mientes en el azar, que nos ha traído este hombre concreto que somos.

La humanidad no es lo que es por azar y, por sí misma, es ya el hombre en sí. Con lo cual, si no entran ahí el azar ni el accidente, y la humanidad es por sí misma lo que es, ¿cómo el principio generador del hombre en sí y que está por encima de él, ese principio que ha engendrado todos los seres, podría ser lo que es por azar, si es por añadidura una naturaleza más simple que la humanidad y que todas las esencias? Sí el azar no puede ascender hasta los seres que tienden a la simplicidad, con mucha más razón será imposible elevarlo hasta el ser más simple de todos.

Conviene recordar a ese respecto lo que ya se ha dicho en otra ocasión, esto es, que todo ser verdadero que viene a la existencia por causa del Bien, y todo ser sensible que es tal en razón de algo inteligible (quiero decir, el ser sensible que encierra en sí la causa de su existencia, de tal modo que esté claro para quien le observe el porqué de cada una de sus partes y el poder afirmar a qué se debe que cuente con tales ojos y con tales pies; porque cada uno de estos seres tiene en sí la causa engendradora de sus partes, las cuales a su vez se justifican también unas a otras. Pues, ¿cómo se explica que los pies tengan tal tamaño? Sólo una cosa lo aclara: la correspondencia con otro órgano, por ejemplo con la cara, cuyas dimensiones han de corresponderse con las de los píes. Así, con esta armonía recíproca de las partes queda explicada la causalidad de unas respecto de otras. Tal órgano, pues, dice relación concreta al hombre, de manera que tanto el ser como la causa resultan aquí una sola y misma cosa. Esa causa y ese ser vienen al hombre de una fuente única, de una fuente que, realmente, no tiene necesidad de reflexionar; fuente del ser y de la causa, diremos, que produce ambas cosas a la vez. Con lo cual queda afirmada la correspondencia de lo engendrado con su principio, aunque éste sea elevado a la categoría de arquetipo, como mucho más verdadero y superior), en suma, todo ser que tiene en sí mismo su causa, no debe en modo alguno su existencia al azar, a la suerte o a algo de carácter accidental, sino que ya lo recibe todo de sí mismo. Por eso está claro que quien es padre de la razón, de la causa y de la esencia que es causa -todo ello bien alejado por cierto del azar-, ha de ser algo así como el principio y el paradigma de todo lo que no participa del azar, es decir, de lo que esencial y primitivamente aparece ya como incontaminado de azar, de indicio fortuito o accidental. Ese principio es causa de sí mismo; es él mismo y por sí mismo, dado que ocupa el primer lugar y se halla por encima de todo ser.


  1. Punto que dilucida Aristóteles en su Metafísica, VII, 6.